3/4/17

Marcel Schwob. Vidas imaginarias


Marcel Schwob.
Vidas imaginarias.
Traducción y presentación de 
Antonio Álvarez de la Rosa.
Alianza Editorial. Madrid, 2017.

"El arte –escribía Marcel Schwob en el Prefacio de sus Vidas imaginarias- es lo opuesto a las ideas generales, solo describe lo individual, solo lo propende a lo único. En lugar de clasificar, desclasifica."

Una declaración de principios estéticos como esa, en 1896, en pleno auge del naturalismo zolesco, situaba a Schwob al margen de las tendencias de la narrativa de su tiempo.

Ni la disección de la realidad social y los comportamientos de los personajes, ni el fisiologismo, ni la atención a la herencia genética o ambiental, claves todas ellas de la narrativa de finales del XIX, formaron parte de sus intereses literarios, que no aspiraban al análisis objetivo de la realidad, sino que se centraban en el individuo y la imaginación.

Y esa misma propuesta de defensa de lo individual y de lo único como objeto del arte y la literatura, ese carácter extemporáneo, alejado del ímpetu documental del realismo y del determinismo naturalista, nos ayuda a situar la obra de Schwob en el lugar de la excepción desde 1891, en que publica Corazón doble, la colección de relatos con la que iniciaba una trayectoria literaria tan breve como intensa que cerrarían en 1896 Vidas imaginariasLa cruzada de los niños. 

Entre la recreación y la invención, entre la ficción y la filología, Marcel Schwob mezcló ejemplarmente en sus obras mayores (Vidas imaginarias o La cruzada de los niños) la realidad y la ficción, el terror y piedad, las dos pasiones extremas que debía equilibrar el alma humana.

Está en esos dos títulos la mejor prosa de un Schwob inclasificable, su ironía contenida, la compleja sencillez de sus mejores relatos, que reúnen lo real y lo fantástico, la erudición y la imaginación, el hecho famoso y el detalle inesperado.

En estos veintidós esbozos biográficos ordenados cronológicamente partió de la anécdota mínima o del hecho trivial y los trató con sutileza para construir una representación imaginaria de los poetas antiguos, para reinventar sus biografías y recrear las voces de Séptima, la hechicera, de Petronio el novelista, de Lucrecio el poeta o de Clodia, la matrona impúdica. Contribuyó así a la construcción de un nuevo imaginario de la Antigüedad en la estética moderna, como explicó Francisco García Jurado en un magnífico estudio.

De esa manera, en Vidas imaginarias creó un mosaico inolvidable:, en el que conviven el héroe y el criminal, Pocahontas y el capitán Kid, Empédocles, el supuesto dios que desapareció en la ardiente sima del Etna, y Katherine la Encajera, muchacha amatoria; Eróstrato, el pirómano que quemó el templo de Éfeso la misma noche que nació Alejandro, y el soldado Alain le Gentil, delincuente ahorcado en Ruan, o Cecco Angiolieri, poeta del odio que nació en Siena el mismo día que Dante en Florencia.

Un conjunto de textos trazados con virtuosismo de miniaturista por la inconfundible mano maestra de Marcel Schwob, que, especialmente en estas Vidas imaginarias, "asumió -como señala Antonio Álvarez de la Rosa en la 'Presentación' del volumen- que la brújula vital de un escritor solo marca el norte de su escritura, el deseo de crear, sabedor de que toda lectura interesante, literaria o erudita, sirve para alimentar la pluma, la irresistible atracción de dejar de ser uno para mudarse e instalarse en los mundos que va creando, imanes de lo maravilloso y de lo insólito."

Santos Domínguez