19/12/16

Navidades de libro. Regalo


Jordi Esteva.
Socotra.
Atalanta. Gerona, 2016.

Hace cinco años, Jordi Esteva publicaba en Atalanta un espléndido libro: Socotra, la isla de los genios, que era el resultado de su experiencia en esa isla anclada en el Índico, al sudeste de la Península Arábiga, a la salida del Golfo de Adén.

Un lugar mágico poblado por una fauna de otra época, de un tiempo mitológico en el que los griegos tenían esta isla como patria del Ave Fénix. Un lugar en el que crece una vegetación no menos mitológica de la que forman parte la mirra, en cuyas brasas ardía aquel pájaro inmortal, o el incienso de los ritos y las momias faraónicas, o el drago, el árbol de la sangre del dragón cuya savia roja usaban los gladiadores para embadurnarse los músculos. O el áloe que buscaba Alejandro porque cicatrizaba las heridas del combate.

Un lugar como ese, con bosques de incienso sobre los que vuela el ave Roc de Las mil y una noches, solo puede describirse dosificando adecuadamente, como hace Jordi Esteva, la fantasía y la realidad, la historia y la ficción. 

Esa mezcla difusa estaba también en las abundantes y magníficas fotos -Esteva es fotógrafo además de escritor- que reflejan con una luz casi irreal, con la luz tenue del sueño, su mirada a una isla sagrada para los griegos, porque en ella había erigido Zeus su propio templo y en sus cumbres había tenido su trono Urano, el dios primordial, abuelo de Zeus y padre de Cronos.

Entre el sueño y la realidad, entre África y Asia, entre la historia y la leyenda, entre la geografía y la literatura, entre la biología y la magia, Jordi Esteva relataba así un viaje a la infancia del mundo y al paisaje de las llanuras de Caín, un viaje que transforma la mirada y la sensibilidad del viajero, que vuelve siendo otro.

Cinco años después Jordi Esteva publica en la misma editorial un nuevo volumen, Socotra, que es el resultado de varios viajes de regreso a aquella isla, porque, como explica en su introducción, “pasados unos pocos años me invadió la nostalgia. Recordaba los espacios abiertos, la extraña vegetación, las montañas de granito que se elevaban como dedos suplicantes hacia el cielo. Echaba en falta el dormir bajo las estrellas junto a aquellos pastores que aún estaban en contacto con un mundo primigenio. Pero sobre todo quería visitar a los personajes que ya conocía. Durante mis viajes había ido fraguando amistad con los jeques de las montañas y sus familias. Quería volver a escuchar, alrededor de un fuego, las historias de animales fabulosos y de yins. Tenía ganas de volver a fotografiar, pero esta vez me decidí a rodar al mismo tiempo una película. Naturalmente en blanco y negro, siguiendo la estética de las fotografías ya realizadas. Me acompañaron Abdul-raooq Abdullah y su tío Ahmed Ben Afrar, hijo póstumo del último sultán de Socotra. Y viajé tres veces más a la isla. Feliz. Filmando y fotografiando.”

Y así, si en aquel libro tenía más peso el texto que las imágenes, en este hay un mayor despliegue gráfico que lo convierte en un libro visual sobre los paisajes de la isla y sus pobladores, en un álbum espectacular que completa un DVD con la película Socotra, que rodó el viajero, fotógrafo y escritor Jordi Esteva en blanco y negro, con la misma estética que se desprende de las fotografías, que enriquecen textos breves e intensos.

Con una cita inicial de Malcolm Lowry, que la evocó en Bajo el volcán, es un documental espectacular de algo más de una hora que tiene como hilo conductor el viaje de una caravana de camelleros hacia las cumbres montañosas de la isla. En el trayecto se van sucediendo los pedregales y las aguas corrientes, los valles y las alturas agrestes, los dragos y las palmeras. Y en los descansos, los contadores de historias tradicionales, de relatos orales sobre diabólicos genios femeninos y serpientes.



Antonio Pau.
Rilke en Toledo.
Trotta. Madrid, 1997.

En noviembre de 1912 llegaba a Toledo un Rilke en busca de sí mismo y de una ciudad por la que sentía una antigua atracción ligada a la figura del Greco que pintó allí unos ángeles que comunican lo terrenal con lo celeste.

En esa ciudad, intermedia también en el aire entre la tierra y el cielo, tuvo el poeta algunas de las experiencias estéticas y espirituales más decisivas en su vida y su obra. Y a ese viaje, que en el fondo le dirigía al interior de sí mismo, dedicó Antonio Pau un libro memorable, Rilke en Toledo, publicado por la Editorial Trotta.

Un volumen que reconstruye esa estancia intensa y breve de Rilke en Toledo con un abundante despliegue gráfico y con un rastreo de las cartas y los poemas en los que Rilke habla de su relación con una ciudad que le impresionó tanto que esa experiencia emergió luego en su poesía. 

De ese episodio rilkeano de crecimiento interior surgiría el tema del ángel que sería vertebral en las Elegías de Duino y convertiría a Toledo en el lugar de las Elegías y las revelaciones, un ámbito que pertenece más a lo espiritual que a lo físico.

En esa ciudad, que el poeta veía más en los espacios astrales que en la tierra, Rilke proyectó la búsqueda de sí mismo, impulsado por la necesidad de encontrar la ciudad ideal que había visto reproducida en los cuadros del Greco. Llamado por esa pintura y por esa ciudad, esa breve experiencia toledana dejó una semilla que no tardaría en germinar en su obra poética posterior, en las Elegías y los Sonetos a Orfeo. 

Del cambio vital y literario que había provocado en él la estancia en Toledo, en donde se sintió más un habitante que un turista, dejaba constancia ya en una carta de finales de 1912: "Contemplar este mundo, ya no desde el hombre, sino desde el ángel, es quizá mi auténtica tarea, o al menos la tarea en la que confluyen todos mis intentos anteriores."

Con un álbum comentado de fotografías, cuadros y grabados, Antonio Pau evoca una estancia breve e intensa en la que se produjo la fusión de lo exterior y lo interior, simbolizado en aquella estrella fugaz que vio caer una noche sobre el Puente de San Martín y sobre su propio interior, al que en realidad se había dirigido en aquel viaje a la ciudad de la revelación, que iluminaría con fuerza su vida y su obra.





Raúl Guerra Garrido.
Castilla en canal.
Fotografías de Asís G. Ayerbe.
Cálamo. Palencia, 2016.

Ilustrada con espléndidas fotografías de Asís G. Ayerbe, Cálamo publica una nueva edición ilustrada de Castilla en canal, el libro de viajes en el que Raúl Guerra Garrido hace un completo recorrido por los restos de aquel sueño ilustrado, de aquel gigantesco y ambicioso proyecto de ingeniería civil que quiso comunicar, mediante un sistema de esclusas, el puerto de Santander con la meseta castellana.

El Canal de Castilla fue un ambicioso proyecto, un sueño de gigantes, que funcionó parcialmente y que no llegó a completarse cuando lo hicieron innecesario otros medios de comunicación como el ferrocarril. Aun así –escribe Guerra Garrido-, “el canal constituye un magnífico muestrario de obras hidráulicas, presas, puentes, acueductos y sifones, además de las esclusas, todas ellas austeras y de una absoluta modernidad en su tiempo. Un patrimonio enriquecido con las múltiples edificaciones que jalonan los márgenes, espaciosas fábricas de harinas, molinos, batanes y algún que otro excepcional artefacto. Una obra que, en palabras de los viajeros de la Ilustración, «hará memorables a los que la empezaron y a los que la sigan y concluyan». Su conclusión fue un logro feroz.”

Al texto original se le aporta ahora el valor añadido de unas estupendas imágenes que hacen que al recorrido geográfico se superpongan el relato narrado del viaje y la mirada plástica del fotógrafo a través de los tres ramales del Canal  de Castilla: el Canal del Sur, el Canal de Campos y el del Norte. En torno a esas tres partes se estructura este volumen que queda enmarcado por un preludio -'Castillos en el aire'- y un epílogo -'Castillos en la mar'- en los que Guerra Garrido evoca aquel proyecto que constituye, como ha señalado él mismo, la gran epopeya civil española de todos los tiempos.

Un libro de viajes en el que se conjugan la geografía y la historia, la narración, la imagen y el paisaje en torno a aquel impulso visionario y modernizador de los ilustrados. Un sueño de la razón que no siempre produce monstruos.




Julio Cortázar.
Prosa del observatorio.
Alfaguara. Madrid, 2016.

Pese a ser su obra menos conocida, pese a su condición inclasificable, Prosa del observatorio, que recupera Alfaguara en una bella edición ilustrada es uno de los textos centrales e imprescindibles en la obra de Julio Cortázar.

En ese libro, que contiene las fotografías que hizo en el observatorio de Jaipur (India) en 1968, la imagen y el ritmo se conjugan  para resumir el universo cortazariano en una fusión que integra esas imágenes gráficas con  los doce fragmentos de 1971 que componen su arquitectura textual.

Una arquitectura literaria construida en prosa poética de alto voltaje para dar lugar a un libro breve e intenso, alto y hondo a un tiempo, como las estrellas y los espacios oceánicos observados o evocados en la noche de Jai Singh, el sultán que diseñó esos observatorios a comienzos del siglo XVIII.

La música de las esferas en la alta noche de Jaipur y el Mar de los Sargazos en una iluminación que integra lo visual y lo verbal, lo plástico y lo cósmico, la arquitectura de  la curva y del ángulo, del arco y la columna, de la escalinata y la rampa que exploran estas fotografías.

Una integración de imágenes y palabras que funde intuiciones y reflexiones, el cielo y el océano, el principio y el fin, la Vía Láctea y la migración de las anguilas,  lo oriental y lo occidental, el tiempo y el espacio en una obra de arte total - poema y ensayo, notas de viaje y relato- que resume desde la altura del observatorio la visión del mundo de Cortázar, su asombro ante la magia de la noche, hecha palabra e imagen.


A través del espejo.
Antología a cargo de Andrés Ibáñez.
Atalanta. Gerona, 2016.

'Los cristales esquivan la magia del reflejo', escribía Lorca en la Oda a Salvador Dalí. Es inevitable el recuerdo de ese verso al leer el espléndido ensayo -'Ver mi rostro'- que ha escrito Andrés Ibáñez como introducción a la antología A través del espejo, que publica Atalanta.

Una introducción en la que Ibáñez evoca los antiguos espejos oscuros, los espejos sin reflejos que servían más para ocultarse o para desaparecer como Alicia más que para mirarse en ellos. Desde la obsidiana azteca al cobre egipcio, desde el espejo de agua de Narciso hasta el espejo mágico de la fuente cristalina en la que se mira la amada en el Cántico sanjuanista.

Desde los espejos órficos y dionisiacos a los espejos medievales y renacentistas, desde los espejos curvos y los cristales opacos de la antigüedad a los espejos planos y aún turbios, quien se miraba en ellos reflejaba la vanidad o el autoconocimiento, la locura o la cordura, el engaño a los ojos o la verdad profunda de sí mismo.

Entre la mitología y la pintura, entre la filosofía y la literatura, ese prólogo propone un recorrido demorado por la presencia de los espejos a lo largo de la tradición cultural y por el malestar ante la mirada, por la inquietud o el pánico ante la magia profunda de los espejos, por las sombras verticales y los reflejos en el agua.

Ese estudio introductorio es la puerta de entrada de esta “antología de relatos y fragmentos en torno al tema de los espejos”. Desde el espejo de Narciso en las Metamorfosis de Ovidio hasta los repetidos espejos de los relatos de Goran Petrović, una narrativa del espejo que recoge cuentos memorables de Hoffmann y de Poe, de Lovecraft y Lugones, de Bioy y Borges, de Papini y Danilo Kiš, de Chesterton y Virginia Woolf, que se miraron en los espejos para entenderse o para ocultarse, para reflexionar o para conjurar sus miedos.



 C. P. Cavafis.
Esperando a los bárbaros.
Ilustraciones de Miguel Ángel Martín.
Traducción y prólogo de Luis Alberto de Cuenca.
Reino de Cordelia. Madrid, 2016.

“Más que un poema propiamente histórico, Esperando a los bárbaros /.../ es una parábola. Pero ¡cuánto conocimiento de la historiografía, y en concreto de las fuentes antiguas que nos informan acerca de los últimos siglos del Imperio Romano, destila la pieza!”, escribe Luis Alberto de Cuenca en su prólogo a la edición de Esperando a los bárbaros, el memorable poema de Cavafis en Reino de Cordelia.

Espléndidamente editado en tapa dura con sobrecubierta y las ilustraciones de Miguel Ángel Martín, “que ha interpretado gráficamente el poema de Cavafis de la forma más pop, divertida e ingeniosa posible”, como señala Luis Alberto de Cuenca, autor también de la traducción de ese texto, uno de los poemas imprescindibles no sólo del poeta alejandrino, sino de todo el siglo XX, que comienza así en esta versión:

¿Qué esperamos todos, reunidos en el foro?
Es que hoy llegan los bárbaros.
¿Por qué nadie trabaja en el Senado? ¿Qué hacen
sin legislar, sentados los senadores?
Es que  hoy llegan los bárbaros
y no vale la pena dictar leyes:
que las dicten los bárbaros.



Charles Dickens.
Cuentos de Navidad.
Traducción de Miguel Ángel Pérez Pérez.
Alianza Editorial. Madrid, 2016.

Alianza reedita, con una nueva traducción de Miguel Ángel Pérez, Cuentos de Navidad, un clásico que reúne en un volumen los cinco relatos navideños de Charles Dickens.

Canción de Navidad, que inició el ciclo con la reconversión del avaro Scrooge a manos de los espectros de las navidades pasadas, presentes y futuras en sus cinco inolvidables estrofas. Los cuatro cuartos del reloj de Las campanadas, un relato de duendes ambientado en nochevieja y en las campanadas de fin de año de la iglesia en donde Trotty el recadero conoce en sueños a los espíritus optimistas de las campanas del tiempo. El grillo del hogar, organizada en los tres chirridos que sugieren las situaciones emocionales de ese grillo doméstico que es una especie de espíritu protector de la familia Peerybingle. La batalla de la vida, una historia de amor rural de dos hermanas enamoradas sobre las que se organiza una trama con final feliz. El hechizado, en la que un espectro navideño embruja a Redlaw, un sombrío profesor de química que acaba transformado en un hombre amable y humilde.

Cinco novelas cortas que fueron apareciendo en las navidades de 1843 a 1848 y que contienen la esencia de su universo narrativo y de sus personajes,  habitantes humildes de un Londres decimonónico o de ámbitos rurales en unos relatos en los que conviven la crítica de la injusticia y el humor, los rasgos sentimentales folletinescos y el terror propio del relato gótico.

La infancia y la injusticia, los sueños y la magia, la imaginación y la realidad, la crítica social y la fantasía en estos cinco relatos que construyeron decisivamente el imaginario navideño entre la alegría y la tristeza, entre la canción jubilosa del presente y la elegía del pasado, entre la ironía crítica, la esperanza y la piedad por los débiles.



Rafael Sánchez Ferlosio.
Industrias y andanzas de Alfanhuí.
Ilustraciones de Asen Stareishinski.
Literatura Random House. Barcelona, 2016.

El 13 de diciembre de 1950 terminaba Rafael Sánchez Ferlosio su primera novela. Su última frase –"Alfanhuí vio, sobre su cabeza, pintarse el gran arco de colores"- culminaba la que, en palabras de Ignacio Echevarría, es una “novela insólita e inclasificable, mezcla de relato de formación y retablo de maravillas, escrita con una prosa prodigiosa, de originalísima imaginería, y dotada del encanto intemporal de las viejas narraciones.”

Una novela excepcional en todos los sentidos. Además de por su calidad literaria y su potencia imaginativa, por su singularidad, porque no hay nada comparable en la narrativa española a las Industrias y andanzas de Alfanhuí por su naturalidad en el tratamiento de lo maravilloso, por su incorporación de lo fantástico en lo cotidiano.

Novela itinerante, con rasgos de novela picaresca, elegía de la infancia, precedente del realismo mágico... Son algunas muestras de los intentos de caracterización de un relato que se resiste a la simplificación del rótulo.

Alfanhuí es, sobre todo, una novela de la mirada. Desde la significativa cita inicial de Mateo 6,22, “La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo es puro, todo tu cuerpo será luminoso”, hasta la luz del arco iris que cierra la novela, la mirada y el color son los hilos conductores de una narración organizada en tres partes que cierran la muerte o la ceguera.

Industrias al principio y andanzas luego. Guadalajara, Madrid, Moraleja. El gallo de veleta  y el maestro taxidermista que pone al protagonista su nombre, una onomatopeya del grito de los alcaravanes, porque, como ellos, tiene los ojos amarillos; don Zana, la marioneta, y la pensión de doña Tere; la abuela, febril incubadora de huevos de gallina; la muerte venerable del buey Caronglo...

Son algunos de los inolvidables episodios que van alimentando una sabiduría que a Alfanhuí le entra por los ojos de su mirada infantil a lo largo de una obra de la que Ferlosio escribía en 2001, a los cincuenta años de haberla publicado: “puedo salvar todavía el ingenio de ciertas ocurrencias y hasta la felicidad de algunos hallazgos de invención.”

Entre ellos, con la textura de una prosa sólida y a la vez delicada del sabio contador de historias, la aventura del viento remoto y la flauta que toca silencios o los jardines de la luna y el sol.

Con ilustraciones de Asen Stareishinski, la recupera en una magnífica edición en tapa dura Literatura Random House.


Antonio Buero Vallejo. Vicente Soto 
Cartas boca arriba. 
Correspondencia (1954-2000)
Fundación Banco Santander. 
Colección Obra Fundamental. Madrid, 2016.

“Si tus sueños de creación no han cuajado ahí –todavía-, no pienses que aquí habrían cuajado más. Los españoles que salen adelante, si salen, son los que emigran. Así lo pienso, aunque yo –todavía- sueñe con salir adelante sin hacerlo. ¡Y ahora, un gigantesco pedo por todas las amarguras y frustraciones! ¡ Ni aquí, ni ahí, han podido con nosotros! ¡Que el 67 te sea propicio!”, escribía Buero Vallejo desde Madrid el 23 de diciembre de 1966 en una carta dirigida a su amigo Vicente Soto, residente en Londres desde 1954 y que sólo unas semanas después, a comienzos de enero, ganaría el Nadal con la novela La zancada.

Esa es una de las cartas que, para conmemorar el centenario del nacimiento de Antonio Buero Vallejo (1916-2000), publica la Colección Obra Fundamental de la Fundación Banco Santander en el volumen Cartas boca arriba. Correspondencia (1954-2000), un libro que recoge más de doscientas cartas que cruzaron el dramaturgo y el narrador Vicente Soto (1919-2011), un raro casi desconocido aunque ganó el Nadal y publicó algunas novelas sin resonancia crítica ni gran acogida entre los lectores.

Con un título que es un homenaje a una obra de Buero, Las cartas boca abajo, esta correspondencia va más allá del mero testimonio de una amistad. Es un recorrido por parte de la intrahistoria literaria, de las postergaciones en el negociado literario que se mueve entre intrigas, envidias y competencias desleales, vanidades y frustraciones que afectan tanto al escritor que quiere abrirse camino como al ya consagrado que era Buero, que insistía en la necesidad de “escribir, crear, confiar, mientras suspiramos con melancolía porque el planeta nos desconoce y juega al fútbol.”

Son dos amarguras superficialmente distintas, pero solidarias y complementarias, que se mueven entre la intimidad amistosa y la vida literaria, entre lo público y lo cotidiano, entre lo familiar y lo profesional. Dos biografías cruzadas en el encuentro de dos miradas: la de Buero desde dentro de España, la de Soto desde fuera.

Recopiladas y seleccionadas por Domingo Ródenas, que ha puesto al frente del volumen una introducción sobre la amistad de aquellos dos “cofrades lisboetas” que se conocieron en la tertulia del Café Lisboa y que intercambiaron más de cuatrocientas cartas desde que Soto emigró por razones económicas a Londres. Una correspondencia tan caudalosa que ha obligado al editor a eliminar la mitad para que no se desbordara un volumen que supera el medio millar de páginas.

Por eso mismo, Ródenas ha organizado la correspondencia entre Buero y Soto en cinco tramos cronológicos precedidos de sendas introducciones que contextualizan las cartas de cada uno de esos periodos, desde la primera, del 5 de diciembre de 1954, a la última de Vicente Soto, fechada el 30 de abril de 2000, un día después de la muerte de Buero, y dirigida a la viuda y el hijo del dramaturgo, que había escrito poco antes alguna tarjeta ya casi ilegible.

Santos Domínguez