15/3/16

Fernando Pessoa. La educación del estoico


Fernando Pessoa.
La educación del estoico.
(Único manuscrito del Barón de Teive)
Traducción de Manuel Moya.
Prólogo de Julio Moya.
La Isla de Siltolá. Colección Levante. Sevilla, 2016.

Siento cercano, porque yo mismo lo deseo cercano, el fin de mi vida. /.../ Estoy libre y decidido. Matarme; ahora me voy a matar. Pero quiero dejar, al menos, con la precisión que pueda hacerlo, una memoria intelectual de mi vida, un cuadro interior de lo que fui.

Así iniciaba Fernando Pessoa La educación del estoico (Único manuscrito del varón de Teive), que publica La Isla de Siltolá en su colección Levante, con traducción de Manuel Moya y prólogo de Julio Moya.

Entre los papeles que contenía el mítico baúl de Pessoa apareció un cuaderno de tapas negras que contenía esta memoria de un personaje que era el espejo de su desazón y su incapacidad para la vida. Es el monólogo de un suicida, la memoria de Álvaro Coelho de Athayde, decimocuarto Barón de Teive, el semiheterónimo que Pessoa inventó para hacer que se suicidara, para salvarse de sus propias tendencias suicidas. 

Un inadaptado que fue el espejo de su propio desasosiego y que surge a la vez que Bernardo Soares o el Álvaro de Campos nihilista de Tabaquería o de Al volante del Chevrolet por la carretera de Sintra. Un personaje al que Pessoa transferirá su propia desazón existencial, su relación conflictiva con la vida, el amor, el sexo o la muerte.

Como señala Julio Moya en su introducción, "la creación y existencia del Barón de Teive coincide con uno de los momentos de mayor intensidad y esplendor en la obra pessoana: 1928, que será uno de los periodos más significativos creativamente para Pessoa." 

En su orfandad reciente y traumática, que comparte con el Barón, Pessoa utilizó a este ser lúcido y solitario como un exorcismo para conjurar sus demonios personales y serenarse con la racionalidad autodestructiva del heterónimo que escribe estos apuntes con un tono parecido al de Bernardo Soares en el Libro del desasosiego, pero sin su capacidad irónica.

Y sin nostalgia, una actitud de la que carece el Barón de Teive: Nunca he sentido nostalgia, porque no he tenido de qué tenerla y siempre he sido racional en mis sentimientos. Como nada he hecho con mi vida, nada tengo que recordar con nostalgia (…) No hay época de mi vida que no recuerde con resquemor. En todas he sido lo mismo -el que perdió el juego o no mereció del todo la victoria.

Este es un texto paralelo al Libro del desasosiego, como indica Julio Moya en su prólogo, aunque las dos obras habitan espacios de ficción diferentes: el entorno urbano y humano de la Rua dos Douradores en Soares y el ámbito rural y solitario de la quinta a la que se ha retirado el Barón.

Pongo fin a una vida que me pareció que podría haber contenido todas las grandezas, y no la he visto más que contener la incapacidad de quererlas, escribe en su última jornada este suicida en ciernes, autor de unas páginas que no son mi confesión, sino mi definición. 

Definición y autorretrato que se configuran con párrafos como estos:

Tengo todas las condiciones para ser feliz, salvo la felicidad.

No he servido para nadie de ninguna de las dos maneras de disfrute -ni para el placer de lo real, ni para el placer de lo posible. 

Circunscribo a mí la tragedia que es mía. La sufro, pero la sufro cara a cara, sin metafísica ni sociología.

Si el vencido es quien muere y el vencedor quien mata, al confesarme vencido, me declaro vencedor.

En dos anexos se recogen los textos atribuidos al Barón o que hablan de él, y las Cartas de Marcos Alves, un cuento incompleto de 1913 en el que Pessoa, quince años antes, había anticipado algunos temas y actitudes que atribuye al Barón en La educación del estoico, "una obra singular y nada menor en la bibliografía pessoana," en palabras de Julio Moya. 

Santos Domínguez