26/2/16

Javier Sánchez Menéndez. El libro de los indolentes


Javier Sánchez Menéndez.
El libro de los indolentes
(Sobre la poesía).
Prólogo de Jesús Moreno Sanz. 
Plaza y Valdés Editores. Madrid, 2016.

Presentada por un prólogo de Jesús Moreno Sanz, aparece en Plaza y Valdés Editores una nueva edición de El libro de los indolentes, de Javier Sánchez Menéndez.

Un volumen que incorpora a las dos anteriores ediciones -El encuentro en Camarinal y Saúl, el ángel negro- un tercer capítulo, El vuelo, que comienza así:

De los indolentes aprendí que la poesía no se pone por el este ni sale por el oeste, que la poesía se escribe en todos los países, que ella se aprende universalmente (...). De los indolentes comencé a valorar el verso libre, a justificar la ética por encima de la estética.

Sigue hablando en estos cuarenta y ocho fragmentos nuevos el farero distante que reflexiona sobre la vida y la poesía, sobre la vida en la poesía, sobre la poesía en la vida, sobre ética y estética en unos textos atómicos e intensos de prosa sincopada y fragmentaria que viven en un territorio donde coexisten la alucinación y la lucidez.

No se trata de una poética en sentido estricto, ni de una propuesta basada en una lógica poética, sino de tanteos asistemáticos en la sombra a través de estos apuntes que a veces se instalan en la calma serena de un claro del bosque y otras veces tienen la agitación desatada de las aguas bravas de la costa atlántica.

Se trata de un peculiar ejercicio ascético en el que importa menos lo racional que las intuiciones, de un juego -en el sentido más serio de la palabra- de espejos para indagar sobre la vida, sobre el otro, sobre sí mismo y sobre las máscaras proteicas que se suceden en esas páginas. 

Porque aquí el yo se difumina y se desdobla en muchos y el sueño y la vigilia desdibujan sus fronteras visibles en un viaje de búsqueda hacia lo hondo y hacia lo alto; un viaje en el que -como Dante a Virgilio en su bajada a los infiernos- el autor elige a sus guías: Platón y Claudio Rodríguez, María Zambrano y los presocráticos, Hölderlin y Rilke, Parra y Juan Ramón.

Y es en esa elección de compañeros de viaje donde se perfila una línea poética que construye su propio territorio –el de la poesía como forma de conocimiento- no desde el ensayo, sino desde la poesía misma sobre los cimientos frágiles de lo incomprensible, lo inefable y lo contradictorio:

Los indolentes me ayudaron a comprender el origen del mundo, los errores y los misterios de todo aquello que un hombre busca en los años de su más insensata rigidez.
(...)
En la administración de la justicia radica la esencia de los indolentes, de la justicia poética y de la ética y la estética humana. Ambas circunstancias se unen de la mano para conseguir la veracidad, que es el ejercicio de la contradicción y el caos. Sin ella no existiríamos, ni seríamos, ni habría poesía entre los seres humanos.

Entrar en este libro –y sobre todo salir de él- supone para el lector asumir que se asoma al abismo de las galerías de la conciencia, a un confuso laberinto de espejos como el que recorrió Machado cuando llegó al límite de la sinceridad.

Santos Domínguez