21/2/14

Sendas de Oku


Matsúo Basho.
Sendas de Oku.
Edición de Octavio Paz 
y Eikichi Hayashiya.
Atalanta. Vilaür, 2014.


Los meses y los días son viajeros de la eternidad. El año que se va y el que viene también son viajeros. Para aquellos que dejan flotar sus vidas a bordo de los barcos o envejecen conduciendo caballos, todos los días son viaje y su casa misma es viaje. Entre los antiguos, muchos murieron en plena ruta.

Así comienza Sendas de Oku, el diario de viaje que escribió el poeta japonés Matsúo Basho (1644-1694) después de una peregrinación que durante cinco meses, entre mayo y septiembre de 1689, le llevó a recorrer dos mil kilómetros a lo largo del mar de Japón en un itinerario hacia el interior, hacia el fondo de un territorio y de sí mismo.

Porque este es el resultado de un viaje físico, pero sobre todo de un recorrido espiritual que hace de la escritura no sólo un reflejo de la experiencia, sino un intenso ejercicio espiritual enmarcado en la práctica meditativa del budismo zen, en una mirada interior que busca el sentido de las cosas y asume su sinsentido, en una poesía que habla de la vida y lee en el paisaje los presagios de la muerte con la mirada errante de un flaneur premoderno y oriental, de un viajero que se autodefine como “el que viaja sin dirección.”

La intuición del instante, eternizado por encima del tiempo en unos versos intemporales, la mirada espiritual a la naturaleza, el paisaje como proyección de los estados de ánimo, la concentración expresiva, la sugerencia sutil, la leve melancolía hacen de estos haikus una de las manifestaciones más estilizadas de la poesía universal.

Ezra Pound, que lo sabía, lo asumió en su escritura poética, como Octavio Paz entre nosotros: la indeterminación elusiva, la concentración de la sugerencia, la potencia connotativa son características diferenciales del lenguaje poético. Y por eso Pound y Paz encontraron en la poesía oriental –china o japonesa- una de las raíces fundamentales de su obra. 

Gran parte de ese mundo poético está en estas Sendas de Oku, un libro en el que, como señala Paz, “no pasa nada, salvo el sol, la lluvia, las nubes, una cortesana, una niña, otros peregrinos. No pasa nada, excepto la vida y la muerte.”  

Matsuo Basho  fue víctima de sus vagabundeos y sus travesías de montañas escarpadas, pero proyectó en estos haikus su mundo vital y literario: la niebla del sueño y un jardín abandonado, la primera nieve sobre las hojas del narciso y el rocío sobre el trébol, la luna sobre las ramas con gotas de lluvia, la fragancia de un árbol desconocido en flor, los pájaros que vuelan hacia islas remotas sobre la bruma del otoño, la naturaleza agitada a veces por las tormentas o los tifones, el viento que se esconde entre los bambúes, el canto de cuclillo al amanecer o la luna brillando sobre los cerezos.

Más allá del artificio poético, lo importante, lo que queda para siempre de estos haikus es la hondura lírica de su expresión ligera, la soledad en la percepción aguda del mundo, que en ellos se sigue oyendo el ladrido de un perro en la noche lluviosa y el ruiseñor sigue cantando en un sauce dormido en una fiesta en la que se unen los sentimientos y las sensaciones para crear una poesía imperecedera, para dar una constante lección de profundidad y delicadeza.

O para crear una lógica poética sobre la naturaleza a través de la impresión de un pájaro que vuela o de un relámpago fugaz tras la niebla de la montaña, por ejemplo en esta abarcadora sinestesia en la que la mirada del poeta encadena el relámpago, el grito de una garza y la sombra:

Un relámpago
y el grito de la garza,
hondo en lo oscuro.

Una “poesía calmante” en la que hay algo más de lo que llamamos realidad, en palabras de Octavio Paz, que colaboró decisivamente con el traductor Eikichi Hayashiya para editar por primera vez en una lengua occidental la versión íntegra de este clásico imprescindible de la poesía japonesa, el relato en prosa de este viaje y su síntesis de impresiones concentradas en las diecisiete sílabas del haiku.

Eso ocurría en 1957, y desde entonces se han publicado varias ediciones revisadas de estas Sendas de Oku. La reedición que acaba de publicar Atalanta incorpora, además de los ensayos de Paz sobre la tradición del haiku y su repercusión en la poesía en español, sobre la vida y la poesía de Basho, el texto japonés caligrafiado por Yosa Buson, poeta y pintor del XVIII.

No es esa la única novedad. Con buen criterio se ha eliminado la división en capítulos y los títulos de ediciones anteriores, lo que facilita su lectura como un  texto poético. Y para que se oriente el lector que lo precise, se incorpora al final un considerable aparato de notas, un índice de personas y lugares y un mapa que resume el recorrido de Basho, que le dio pie para escribir uno de los libros más memorables de la poesía universal.

Santos Domínguez