20/2/14

La dama del lago


Raymond Chandler.
La dama del lago.
Traducciones de 
Carmen Criado y Juan Manuel Ibeas.
Debolsillo. Barcelona, 2014.


Allá abajo, a unos cuarenta metros del lugar donde nos hallábamos, se veía un pequeño automóvil estrellado contra una enorme roca de granito. Estaba casi boca arriba, un poco ladeado. Junto a él se encontraban tres hombres. Habían conseguido levantar el coche lo suficiente como para sacar algo del interior.

Algo que había sido un hombre.

Así termina La dama del lago, la cuarta novela de Marlowe, que Chandler publicaba en 1943, tras aprovechar tres relatos –Blues de Bay City, La dama del lago y No hay crímenes en las montañas- que Debolsillo edita en un tomo que reúne la novela y los textos que ya habían aparecido en revistas pulp antes de ser reciclados en la obra mayor.

Esa práctica de autofagia era habitual en el método de trabajo de Chandler, que complica de esa manera una trama enmarañada en la que se acumulan hechos, personajes, cadáveres y enigmas que no se resuelven –exigencias del género- hasta las páginas finales. Es entonces cuando las piezas encajan y nada resulta ser lo que parecía, ni siquiera el cadáver de la dama ahogada en el lago que aparece en el título.

Narrada, como las otras novelas de la serie, en primera persona -otra técnica propia del género- y ambientada en Bay City, en La dama del lago vuelve a aparecer la prepotencia del poder, la corrupción policial, los fondos de reptiles del periodismo, los diálogos rápidos que perfilan –con humor sarcástico y acidez cínica- el carácter duro del detective:

-No me gustan sus modales- advirtió Kingsley con una voz que por sí sola habría podido partir una nuez del Brasil.

-No se preocupe por eso. No los vendo.

Y, como siempre en Marlowe, una intuición que se alimenta de su experiencia del mundo y una perspicacia inusual para resolver las tramas complejas para las que se recaban sus servicios. Como Dashiell Hammett con Sam Spade, Chandler trazó con la figura compleja de Philip Marlowe –punzante y soltero porque no le gustan las mujeres de los policías, idealista y desengañado, cínico y sentimental, con un agudo sentido del humor y una ironía distanciada- una frontera moral en la perspectiva del personaje y su mirada al mundo y creó un nuevo prototipo de detective que marcaría la transición de la novela policial a la novela negra y dejaría una larga secuela de herederos. Ninguno llegó al nivel de un Marlowe que trabaja por 25 dólares diarios más gastos y reconoce que si no fuera duro no estaría vivo y si no fuera sentimental no merecería estarlo. 

Chandler es ya en La dama del lago un narrador consumado, dueño de un mundo propio inconfundible. Su uso de la voz narrativa y de la perspectiva -porque las cosas a menudo no son lo que parecen ser-, su trazado de personajes poliédricos -porque la realidad suele ser más complicada de lo que sugiere una mirada superficial-, su economía ejemplar en la descripción significativa de ambientes deberían ser virtudes suficientes para convertirle en lectura obligatoria en cualquier escuela de escritores.

Santos Domínguez