30/4/08

Cuentos de la Gran Guerra


Cuentos de la Gran Guerra.
Edición de Juan Gabriel López Guix.
Alpha Decay. Barcelona, 2008.


En su colección de narrativa Alfanhuí, Alpha Decay edita una espléndida antología de veinte relatos que se publicaron en los veinte años siguientes al inicio de la Primera Guerra Mundial que hasta el periodo de 1939 a 1945 se llamó la Gran Guerra.

De la edición, la selección y el prólogo se ha encargado Juan Gabriel López Guix, que ha restringido el campo de la antología a la producción literaria en inglés, con relatos de escritores de los países anglófonos que ofrecen la imagen literaria múltiple de quienes vivieron el conflicto, lo sufrieron con mayor o menor cercanía y reflejaron en sus textos sus reacciones ante la guerra.

Arthur Machen, Rudyard Kipling, Vernon Lee, Saki, Conan Doyle, Conrad, Lord Dunsany, Edith Wharton, D.H. Lawrence, Katherine Mansfield o Somerset Maugham son algunos de los veinte nombres que firman estos
Cuentos de la Gran Guerra.

Una guerra de una crueldad sin precedentes que provocó casi veinte millones de muertos y cambió de forma radical el panorama político y cultural de Europa, ya muy agitado en los años previos al conflicto. Las repercusiones de aquellos encarnizamientos quedan resumidas en estos veinte relatos, uno por cada millón de muertos civiles o militares, que reflejan también diversas tendencias estilísticas, entre lo clásico y lo nuevo. Porque en aquellos años moría un mundo y nacía otro también en el terreno de la literatura.

Musil, Broch, Roth, Svevo vieron aquella guerra y sufrieron sus consecuencias desde el otro lado del campo de batalla y para ellos la ruptura fue más violenta. Pero en el campo aliado y entre los autores recogidos en esta antología también hubo variedad de situaciones y diversas maneras de enfocar la guerra y sus secuelas en los relatos: desde la propaganda bélica de Kipling y su testamento de odio a la terapia que busca en la literatura la curación de las heridas morales, más traumáticas que las de la carne, en Wyndham Lewis o Richard Aldington, pasando por el alegato pacifista de Vernon Lee en una actualización de las danzas de la muerte que se titula El ballet de las naciones.

Siete de estos cuentos, más de la tercera parte, se traducen por primera vez al castellano. Y entre esos inéditos, uno de los más interesantes es El prisionero alemán, de James Hanley, que fue quemado en público en 1933 y estuvo prohibido en Inglaterra hasta 1997. Es un intenso relato que denuncia los impulsos criminales de dos soldados británicos, un desmentido explícito de la heroicidad civilizadora de los vencedores, que parecen presagiar en su brutalidad lo peor de Abu Ghraib.

No hay héroes en estos relatos, como no hay héroes en las guerras, pero el volumen contiene narraciones inolvidables, como la que elabora la mirada irónica y distante de un Saki que fija su atención en las repercusiones de la guerra en las especies ornitológicas; un inquietante y prekafkiano cuento de Lord Dunsany o
Gustav, una narración de Somerset Maughan de la que arranca la novela moderna de espías.

Santos Domínguez

28/4/08

Dama Sarashina


Dama Sarashina.
Sueños y ensoñaciones de una Dama de Heian.
Prólogo de Carlos Rubio.
Traducción de Akiko Imoto y Carlos Rubio.
Atalanta. Gerona, 2008.


Nació en Japón hace justamente mil años, en 1008, pero su sensibilidad delicada, la matización sentimental de su mirada nos permiten leerla como a una contemporánea próxima.

No sabemos su nombre, no puso título a esta autobiografía evocadora que publica por primera vez en español Atalanta con traducción de Akiko Imoto y Carlos Rubio, que ha escrito también un prólogo en el que sitúa a la autora y su obra en el contexto de creencias y costumbres de la época Heian.

Estos Sueños y ensoñaciones de una Dama de Heian forman parte de una tradición muy arraigada en la literatura japonesa: la de la escritura femenina, refinada e intimista, introspectiva y sincera.

Escritos como un diario en el que se diluyen, difuminados por el recuerdo, los límites entre lo narrativo y lo lírico, en sus capítulos se intercalan 89 poemas que funcionan como contrapunto, como subrayado y como hilo conductor del conjunto.

No es la única frontera que se borra en el libro: también el interior y el exterior se funden aquí ejemplarmente, igual que se anula el paso del tiempo en unos textos intemporales y de sorprendente modernidad en los que confluyen el verso y la prosa en el lenguaje común de la emoción.

Diario impreciso que elude lo cotidiano y se levanta sobre los materiales del recuerdo y la elaboración del sentimiento y la memoria, la actitud de su autora busca más la reconstrucción del pasado que la anotación circunstancial del presente.

La adolescencia, la plenitud y la decadencia los tres momentos que se unen desde la evocación. Y en las descripciones de la realidad evocada, la melancolía es a la vez la fuente y el resultado de una mirada contemplativa que se proyecta sobre el mundo y sobre la soñadora Dama Sarashina.

Las lágrimas, los libros, los sueños anotados al despertar recorren como temas sucesivos estos textos en los que la imprecisión de la realidad, el claro de luna de un otoño del siglo XI, una rama de ciruelo o las flores fugaces del almendro, la espesura del bosque o las cimas de los montes son el fondo o el objeto de la confidencia o la reflexión, de la celebración de la amistad o el lamento de la separación.

La edición, cuidada hasta el mínimo detalle, incorpora a la calidad del texto el valor añadido de las xilografías de una edición ilustrada de 1704.

Santos Domínguez

27/4/08

Kilómetro 43



Abel Murcia.
Kilómetro 43.
Prólogo de Justo Navarro.
Bartleby Poesía. Madrid, 2008.


Abel Murcia identifica tiempo y espacio: el tiempo es nuestro espacio, nuestras experiencias son nuestro destino, explica Justo Navarro al comienzo del prólogo que ha escrito para presentar este Kilómetro 43 de Abel Murcia que acaba de publicar Bartleby Poesía.

Traductor de Wislawa Szimborska y de Kapuscinski, que han dejado su huella en el tono y el fraseo de su poesía, la escritura de Abel Murcia en este libro es una forma privilegiada del recuerdo, un diálogo temporal con el que fue, con lo que fue a la vez que él, con una memoria que tiene siempre una inevitable dimensión espacial:

Y si miras atrás,
no verás otra mar que la de Ulises

De esa manera, a la altura del kilómetro 43, el poeta mira el retrovisor para llenar con palabras el vacío que dejamos atrás. Para llenarlo o para explicarlo, para entenderlo y entenderse hoy en la ausencia del que fuimos y de los que no están.

Meditación, memoria y experiencia y una pausada respiración del verso para conducir la emoción por un cauce de ríos manriqueños hacia el mar, por una carretera que a estas alturas ya ha dejado en el poeta las heridas de 43 kilómetros de viaje.

La bicicleta de la infancia ha cambiado sus ruedas por las de una rueca que deshila el destino. Las playas, los calendarios, los veranos o las cigüeñas son las referencias con las que se evoca un tiempo que no existe (Cuánta nada he encontrado en estos doce meses), un yo que sólo persiste en los sueños (Mirarse en el espejo y sentirse mirado/ por el que nunca fuimos) o lugares que ya no existen más que en la memoria (Ya no existen las playas desiertas de mi infancia).

Lo resume Abel Murcia en un verso espléndido que recoge el sentido del libro, su origen y la justificación de su escritura:

Sucede con los reinos, el mío ya no existe.

Santos Domínguez



26/4/08

Sacrificiales





Rómulo Bustos.
Sacrificiales.
Veintisiete letras. Madrid, 2007.


Veintisiete letras inaugura su colección de poesía, Ajuar de frontera, con una magnífica obra: Sacrificiales, el último libro del colombiano Rómulo Bustos (1954) prologado por Samuel Serrano.

Si, como se ha dicho alguna vez, ser poeta en Colombia es una de las maneras de ser anónimo, en el caso de Rómulo Bustos la invisibilidad compartida con otros poetas de su edad es aún mayor, por su resistencia a participar en encuentros o lecturas públicas. Afortunadamente, su Oración del impuro, una recopilación de su obra que publicó hace pocos años la Universidad Nacional de Colombia, permitió una difusión algo mayor de sus textos.

En lo que se refiere a la arquitectura y al andamiaje verbal de los poemas, esa condición invisible es un rasgo que caracteriza su propia práctica poética, alejada por igual del exceso barroco de la imaginería recargada o del coloquialismo que lastra una parte de la última poesía hispanoamericana.

Una poesía que asume riesgos y es un ambicioso salto en el vacío que Samuel Serrano relaciona en su prólogo con la empresa prometeica de crear un nuevo espacio sagrado que Octavio Paz destacaba en El arco y la lira como rasgo impulsor de la poesía moderna. Es la imaginación sacralizante a la que el prologuista se ha referido en otra ocasión para caracterizar la poesía de Bustos.

Profunda, exigente, interrogativa, a menudo irónica y distante o atravesada por una aguda conciencia del tiempo, la poesía de Rómulo Bustos es un ejercicio de armonía que transmite la imagen problemática de la “monstruosa inocencia” del mundo: el vuelo purísimo sustentado en las alas del mal; la realidad conflictiva del raro animal de dos cabezas o “la torva beatitud” con que ejerce su oficio un carnicero transformado en Abraham o la indolencia con que tararea mientras afila sus cuchillos.

De esa suma de perplejidades que se dan cita en la materia pardójica y oscura de la vida, de esa lucha de contrarios surge el poema, como la luz de la sombra o la sombra de la luz.

De eso trata el poema Sufí:

Como un perro que inútilmente
intenta morder su cola
giro en sentido inverso del movimiento de los astros
para alcanzar mi sombra

Sólo ella puede darme noticias de mi luz.
Sacrificiales, que es casi un ejercicio alquímico de integración de contrarios en la armonía del poema, es en gran medida una reflexión sobre la actividad poética, sobre la misión de la escritura.

Una reflexión que estaba ya perfilada en esta Poética de Oración del impuro:

Encender el misterio
de una lámpara ciega
cuya luz imposible
acaso nos haya sido prometida

He aquí el terrible regalo de los dioses

Exigente y profunda en su temática, precisa y depurada en su expresión, la poesía de Rómulo Bustos aspira a unir reflexión y sugerencia, pensamiento y emoción alrededor del impulso transcendente y de la idea de la poesía como revelación de lo secreto y como afinada forma de conocimiento:

a mí la mayoría de los poemas me los dicta Gabriel el ángel de la palabra
(...)
Lo que quiero decir es que no sé cómo escribo o por qué
El arcángel tampoco lo sabe. A él también le dictan.


Santos Domínguez

24/4/08

Conrad. Entre mareas


Joseph Conrad.
Entre mareas.
Traducción de Sonia y Gloria Ayerra.
El olivo azul. Sevilla, 2008.

El 24 de febrero de 1915 se publicaba en Londres Entre mareas, un volumen de relatos de Joseph Conrad. Sería el último que apareció en vida del autor y contenía cuatro novelas cortas escritas entre 1911 y 1914: El socio, La posada de las dos brujas, Por culpa de los dólares y El hacendado de Malata.

Tuvieron un enorme éxito comercial, le reportaron seis veces más ingresos que El corazón de las tinieblas, pero Conrad, siempre autocrítico y exigente consigo mismo, era consciente de su carácter menor y alimenticio. Sabía que había antepuesto en ellas la comercialidad a cualquier otro criterio y que en consecuencia eran “no tanto arte como una operación financiera.”

Escritas en arranques de inspiración que interrumpían momentáneamente la redacción de obras mayores o aliviaban los momentos en los que las novelas encontraban algún escollo, con ellas buscaba Conrad un rendimiento económico rápido o un reconocimiento público que se le resistía. Hacía más de quince años que había publicado El corazón de las tinieblas y ni esa obra magistral ni las posteriores Lord Jim y Nostromo tuvieron el éxito que le proporcionarían El hacendado de Malata y las otras tres novelas que aparecieron en este volumen que rescata Narrativas del Olivo Azul con nuevas traducciones de Sonia y Gloria Ayerra.

El lector se va a encontrar aquí con un Conrad menor, pero absorbente e inolvidable, dueño de los resortes de la intriga, del manejo de los personajes y la gestión de las situaciones:

La pasión amorosa no correspondida combinada con una historia de fantasmas en El hacendado de Malata; el relato de enredos y asesinatos de estirpe dickensiana en Por los dólares; una historia truculenta y gótica, la de La posada de las dos brujas, ambientada en Asturias en la guerra de la Independencia con manuscrito encontrado; o la historia familiar con barco mercante y estafas de El socio.

Es un Conrad todo lo comercial que se quiera, pero en estos relatos está el inconfundible mundo narrativo (el misterio, la maldad, la intriga, las situaciones límite) de un Conrad que deja su impronta incluso cuando asimila modelos como los de Dickens o Wilkie Collins.

Santos Domínguez

23/4/08

Moralistas franceses



Moralistas franceses.
Edición y traducciones de
José Antonio Millán Alba y Salustiano Masó.
Introducción de Alicia Yllera.
Biblioteca de Literatura Universal.
Almuzara. Córdoba, 2008.



En la Biblioteca de Literatura Universal la editorial Almuzara publica una espléndida recopilación de textos de Moralistas franceses en una edición preparada por José Antonio Millán Alba.

Más de siglo y medio de máximas y pensamientos que se mueven entre el apunte y el aforismo, en las formas breves y abiertas. Literatura del fragmento y de la conciencia de unos moralistas que no se dedican a dar lecciones de moral, sino a reflexionar críticamente sobre la condición humana y las costumbres y son los autores más representativos de un género literario que tiene su antecedente más directo en Montaigne, se configura a mediados del XVII bajo la influencia determinante de Gracián y su Oráculo manual y se desarrolla con fuerza hasta la restauración borbónica del XIX.

Se recogen aquí los Pensamientos de un Pascal, riguroso y matemático o teólogo especulativo, que encarna en su propia obra inacabada y en su pensamiento las contradicciones que él mismo destacó como propias de la naturaleza humana:

La naturaleza del hombre no consiste en ir siempre. Tiene sus idas y venidas. La fiebre tiene sus escalofríos y ardores, y el frío muestra tanto la grandeza del ardor de la fiebre cuanto el mismo calor.

Las Máximas y reflexiones de La Rochefoucauld, pesimista y barroco en su denuncia y desenmascaramiento de las apariencias engañosas: Son necesarias mayores virtudes para soportar la buena fortuna que la mala.

Los Caracteres de La Bruyère, con su estilo recortado, su admirable prosa exacta y su acritud incisiva frente a la sociedad: Un hombre noble se siente pagado por la diligencia con que cumple su deber, por el placer que siente al hacerlo, y se desinteresa de los elogios, la estima y la gratitud que a veces le faltan.

Los aforismos tajantes de un Chamfort desilusionado y amargo, de corazón a veces roto y a veces endurecido: Amistad de Corte, fe de zorros y sociedad de lobos.

El marqués de Vauvenargues, que representa el paso del pesimismo barroco a la racionalidad del siglo de las luces. Más que optimismo, lo que hay en él es una comprensión benévola e indulgente: La enfermedad extingue en algunos hombres el valor, en otros el miedo, y hasta el apego a la vida.

O un Joubert que está en la transición del Neoclasicismo a la sensibilidad prerromántica y que en este aforismo es un profeta del pesimismo existencial de Schopenhauer: Se es desdichado casi únicamente por obra de la reflexión.

Confundidos a menudo con filósofos, estos moralistas no aspiran a crear un sistema cerrado de pensamiento, sino que prefieren habitar en el fragmento, en la intuición abierta, en lo concreto y la experiencia de lo vivido.

Con antecedentes en la sentencia escueta y didáctica, en este tipo de literatura importa mucho la concisión, pero más aún el ingenio, la subjetividad y la agudeza de su mirada profunda sobre el hombre y la sociedad.

Su pensamiento fragmentado y la percepción de un sistema en crisis los convierte en bisabuelos de Cioran y otros padres de la posmodernidad. Tal vez eso explique no sólo el número creciente de lectores actuales de Gracián, cuyas páginas frecuentaron estos moralistas franceses, sino el interés que despiertan estos autores. Sus formas breves, su fragmentarismo, su visión del hombre han sido reivindicados por la posmodernidad, que los sigue leyendo como materiales contemporáneos de su sensibilidad y su visión del mundo.

Santos Domínguez


22/4/08

Fiebre de guerra



J. G. Ballard.
Fiebre de guerra.
Traducción de
Javier Fernández y David Cruz.
Contemporáneos Berenice. Córdoba, 2008.


Casi a la vez que James Graham Ballard (1930) publica su autobiografía, la editorial Berenice ofrece la primera traducción al español de Fiebre de guerra, un libro de relatos del autor británico que está considerado como uno de los más renovadores e interesantes escritores de literatura fantástica.

Ha sido elogiado por Ray Bradbury, Susan Sontag o Martin Amis y cuenta con muchos lectores también en España, en donde se han editado traducciones de la mayor parte de su obra. Dos de sus mejores novelas (El imperio del sol y Crash) han sido adaptadas al cine con éxito y polémica.

La suya es una narrativa desolada y perturbadora, una exploración por el terreno de lo desconocido y lo inquietante que ha renovado el género de la ciencia ficción y le ha dado un sesgo crítico y testimonial. Profeta de las catástrofes ecológicas derivadas del calentamiento global, su mirada ácida se ha dirigido a revelar los peligros de la civilización con excelente prosa y relatos muy bien armados, naturalezas muertas creadas por un equipo de demolición, según las define el propio Ballard.

No es una casualidad ni un dato trivial que su vocación literaria surgiera en una sala de disección de cadáveres. Allí se moldeó su imaginación y se educó su mirada:

Sin duda, toda mi ficción es una disección de una grave patología que presencié en Shanghai y más tarde en el mundo de posguerra: desde la amenaza de la guerra nuclear hasta el asesinato del presidente Kennedy, desde la muerte de mi esposa hasta la violencia que subyace a la cultura del entretenimiento de las últimas dos décadas del siglo XX.

En la ciencia ficción halló un tipo de narrativa sobre el presente, y con frecuencia tan ambigua y elíptica como Kafka. Reconocía un mundo dominado por la publicidad y el consumo, de un gobierno democrático que mutaba en uno de relaciones públicas Este era un mundo de autos, oficinas, autopistas, aerolíneas y supermercados donde en realidad vivíamos, pero que estaba completamente ausente de casi toda la ficción seria Ningún personaje de las novelas de Virginia Woolf le cargaba nafta al auto. Nadie en las novelas de Sartre o Thomas Mann pagaba por un corte de pelo. Nadie en las novelas de posguerra de Hemingway se preocupaba por los efectos de una exposición prolongada a la amenaza de la guerra nuclear.

Una declaración como esa da las claves de las narraciones de J. G. Ballard, que van más allá de la pura corteza de lo fantástico y de sus límites para profundizar en las claves de la crueldad y en la crítica de las atrocidades del mundo:

Quería interiorizar la ciencia ficción, buscar la patología que yacía bajo la sociedad de consumo, el paisaje de la televisión y la carrera por las armas nucleares, un vasto y virgen continente de posibilidades ficcionales. O eso pensaba, mirando el silencioso campo de vuelo con sus pistas vacías que se extendían hacia una blanca inmensidad nevada.

Fiebre de guerra, el último libro de cuentos de Ballard, que permanecía inédito en español, es un conjunto espléndido de textos que se mueven entre la crítica social y la ficción, entre el Beirut bélico y caótico del relato que da título al libro y la historia secreta de la Tercera Guerra Mundial, que dura sólo cuatro minutos y pasa desapercibida.

Son sólo dos ejemplos. A lo largo del libro la variedad de estilos, de técnicas y de enfoques es una constante e intensa lección de narrativa que culmina en el último texto, El índice, un relato prodigioso que arma una historia exclusivamente con los datos de un índice imaginario. Ese índice es el único resto de la supuesta autobiografía inédita de Henry Rhodes Hamilton, un personaje fundamental en la historia del siglo XX cuya figura ha desaparecido sin dejar más huella que el índice onomástico y analítico.

El de ese relato es un ejercicio de virtuosismo técnico que está al alcance sólo de unos pocos privilegiados como Ballard. Un texto como El índice bastaría para reconocer en él la mano de uno de los escritores más importantes de la literatura inglesa contemporánea.

Sus adictos están de enhorabuena y los que no lo conozcan tienen en este libro una puerta de entrada a un altísimo edificio literario, lleno de imaginación y de talento.

La traducción que han preparado Javier Fernández y David Cruz está a la altura de las circunstancias y hace justicia a la excelente prosa del original.

Santos Domínguez

21/4/08

Bolaño salvaje



Bolaño salvaje.
Edición de
Edmundo Paz Soldán y Gustavo Faverón.
Candaya. Barcelona, 2008.



Un Bolaño salvaje y cercano es el eje del segundo volumen de la colección Candaya Ensayo, dedicado a Roberto Bolaño (1953-2003), un acercamiento intenso y extenso al mundo personal y literario del último gran escritor latinoamericano.

Bolaño salvaje, el volumen preparado por Edmundo Paz Soldán y Gustavo Faverón Patriau, recoge 25 ensayos sobre la vida y la obra de quien asumió su existencia y su literatura como riesgo y como inconformismo.

Bolaño cercano es el título del documental dirigido por Erik Haasnoot y recogido en el DVD que incorpora el libro con el testimonio de sus amigos escritores, de Carolina López, su viuda, y de su hijo Lautaro.

Enmarcados por dos capítulos que abren y cierran el libro con las palabras de Bolaño (el memorable discurso de Caracas cuando recogió el Rómulo Gallegos y una entrevista inédita hasta ahora), los artículos se ocupan de la visión del mundo de Bolaño, de su evolución y sus ideas políticas, de sus planteamientos estéticos y otras genealogías.

En ellos, diferentes críticos y escritores españoles, latinoamericanos y estadounidenses abordan las claves del universo vital y narrativo de Bolaño, de su escritura total, de su creciente influencia.

Las palabras del autor y las de sus lectores trazan en este medio millar de páginas un recorrido completo por su obra, un itinerario lleno de iluminaciones sobre su producción narrativa, su actividad poética o los planteamientos críticos de un Bolaño que practicó con intensidad la hibridación de distintos géneros, formas y enfoques de la realidad en los que se entrelazan también, como señala Enrique Vila-Matas, sueño profundo, muerte y caligrafía.

Entrañable y huraño, como en la última entrevista, su obra es una indagación en lo oscuro, un salto en el vacío que lo convierte en un autor fractal y extraterritorial, como explica Ignacio Echevarría.

Escribe Jorge Volpi en uno de los artículos del libro: Roberto Bolaño murió el 14 de julio de 2003. Ese mismo día, cerca de la medianoche, se volvió inmortal.

Para los lectores de Bolaño esas palabras contienen una obviedad; para sus amigos, aunque de vez en cuando hablan de él en presente, es una dolorosa metáfora.

Su presencia y su recuerdo atraviesan el documental que acompaña al libro. En él, además de su mujer y su hijo, sus amigos escritores (Vila-Matas, Rodrigo Fresán, Juan Villoro y Antoni García Porta) evocan su amistad y hablan de su geografía – Blanes, México, Barcelona- y su historia, de su vida de escritor, de sus aislamientos de francotirador y sus entusiasmos, de su biblioteca y de esas dos cimas de la literatura en castellano que se titulan Los detectives salvajes y 2666.

Tan imprescindibles como esta excepcional reunión de asedios y afectos.

Santos Domínguez

Manuel Longares. Romanticismo


Manuel Longares.
Romanticismo.
Cátedra Letras Hispánicas.
Madrid, 2008.


En una edición preparada por Juan Carlos Peinado, que ha realizado un minucioso análisis de la obra, Cátedra Letras Hispánicas incorpora a su catálogo a un clásico contemporáneo: Romanticismo, la monumental novela en la que Manuel Longares hace de la Transición española del franquismo a la democracia materia narrativa de alta calidad. 

Con el barrio de Salamanca, ámbito de la alta burguesía franquista, como eje espacial y sociológico, con la inconfundible brillantez estilística del excelente prosista que es Manuel Longares, en quien se actualizan la voz y la mirada de Quevedo, Galdós o Valle, Romanticismo es un análisis lúcido del posfranquismo y una novela fundamental en el panorama narrativo de los últimos cincuenta años.
Santos Domínguez


20/4/08

Castilla y otras islas


Jesús del Campo.
Castilla y otras islas.
Editorial Minúscula. Barcelona, 2008


Sus días se han perdido, pero los vio esta niebla.Vigilantes en el bosque que ahora cruzo se ocultaron bandoleros que acariciaban cuchillos sucios de musgo y de barro y de sangre. Y susurraban viejas canciones de burdel reclinados contra troncos de roble, o agazapados entre las frondas de los helechos. Y esquivaban las trochas de los jabalíes, los lobos y los osos con la prisa resuelta de quien tiene que ganarse la vida matando viajeros incautos que hace siglos, y con poca suerte, me precedieron en esta ruta cuando los silencios de la tierra eran un grito de caza, cuando aún no estaba claro si ya había terminado el descanso divino posterior a los ajetreos de la creación.

Voy hacia Castilla con un mapa y un cuaderno y dos manzanas en la mochila que hoy no serían botín respetable para ningún salteador digno de tal nombre, y medito que hay un orden secreto en el arte de oír música mientras se recorre el mundo. Está, de un lado, la que se ajusta al paisaje y lo realza porque le pertenece; del otro, la que choca con él y le otorga una dimensión desconocida.


Con esa alusión a la música y al paisaje comienza Castilla y otras islas, de Jesús del Campo, que publica la Editorial Minúscula en su colección Paisajes narrados.

Los Rolling Stones y la guitarra barroca de Gaspar Sanz, Bruce Springsteen y una pavana de Luis de Milán subrayan o contrastan con el espíritu de lugares como Tordehumos o San Cebrián de Mazote igual que Pedro el Cruel con Falstaff en Ávila con las campanadas a media noche al fondo.

Entre las llanuras bélicas y los páramos de asceta, entre ruinas de torreones y claustros sombríos, Jesús del Campo ha escrito un libro de viajes poliédrico. No una guía turística, sino un itinerario caprichoso unido por la mirada del viajero y por su espléndida prosa, el relato de un recorrido que no sigue otra hoja de ruta que la que le marca el vagabundeo, la única forma digna de recorrer Castilla.

Con una mirada más narrativa que pictórica, Jesús del Campo se centra, más que en la mera descripción del paisaje, en la evocación de los personajes que lo habitaron. Reales o ficticios, mayores o menores, algunos de esos nombres, como Quevedo o Santa Teresa, funcionan como hilos conductores del viaje por un territorio que es el marco de la historia con mayúsculas oficiales y de la anécdota intrahistórica o apócrifa, tal vez más significativa y elocuente.

Andan por sus páginas Lázaro y Manrique, Casanova y Bocherini, Enrique V y Bob Dylan; Paredes de Nava y Escalona, Oña y Astudillo, Toro y Roa en una relación constante entre geografía e historia, entre el lugar y el recuerdo.

Convocados por esa mirada del narrador viajero, se reúnen en sus páginas nombres y paisajes, Castilla la Vieja y La Mancha, Puerto Lápice y Villacastín, Ávila y Toledo, épocas y músicas entre un ayer y un ahora que une la vihuela y el rock, evoca en otros desiertos al Che Guevara o a Janis Joplin o junta a Velázquez con Wellington, y al Empecinado con el conde duque de Olivares en una visión irrepetible de Castilla, por individual y subversiva, porque

Viajar es un acto subversivo, una llamada a las armas. A mi alrededor hay campos en los que hombres a caballo se inclinaron un día para recoger una flor, prenderla en su cota de malla y llevársela a un amor que, como la mujer de Tordehumos, les esperaba detrás de una ventana. Campos en los que reinas ojerosas pasearon maridos muertos. En los que segadores y marqueses y pastores y capitanes y mendigos se dejaron la piel un día, perpetuando ese misterio de la vida que inquieta más por su fin que por su principio. Para poblar el mundo con todos esos rostros que ahora son solo sombras hizo siempre faíta que se acoplaran una mujer y un hombre, de tal suerte que mencionar el nombre simple de un rey o de un verdugo incluye a los padres que se aplicaron a la tarea de engendrarlos. (...)
Somos lo que vemos, y al mismo tiempo lo transformamos con nuestra mirada.


El de Jesús del Campo es el primer nombre español en el catálogo de una colección que supera ya los veinte títulos. Ni la calidad indiscutible de su prosa ni la profundidad de su mirada desmerecen del resto de los paisajes narrados en Editorial Minúscula.


Santos Domínguez

19/4/08

Tomás Segovia. Siempre todavía


Tomás Segovia.
Siempre todavía.
Pre-Textos. Valencia, 2008.


Siempre todavía (Pre-Textos), la última entrega poética de Tomás Segovia, de título temporal y machadiano (Hoy es siempre todavía), es una celebración del presente y su persistencia.

Escritos a lo largo de diez meses, entre noviembre de 2006 y septiembre de 2007, los textos de sus tres partes (Fin del túnel, Hoy es siempre y Gestos de amor) son el diario de una resurrección, la crónica de un descubrimiento, el festejo de la luz al final del túnel, la conciencia vitalista del presente. Así, en El convaleciente:

El gladiolo se yergue bajo el viento frío
Nosotros aquí dentro protegidos
Nos inquietamos por su ornato
Su salud
Su precaria belleza amenazada

Y mientras
él prosigue en su lucha obstinada
ignorada y sombría
Su lucha a solas por sobrevivir

Y desde mi butaca
Todo lo entiende mi convalecencia.

Sus poemas hablan de la subida a la luz desde la penumbra, son una celebración del sol del invierno, muestran el deslumbramiento ante la hierba, los pájaros o los árboles, recuperan el asombro agradecido ante el sucederse de las estaciones. Estaciones que en la secuencia temporal del libro se organizan en torno a una luz creciente: desde la penumbra o la soledad del invierno al frío bueno, a la lluvia de primavera, al paraíso del verano, al ahora de Esta hora:

Esta hora tan pura tan sin mancha
Tan viva toda esta hora tan sana
Se la mire por donde se la mire

Donde hasta las rarezas

Toman su sitio y son brillo y encanto

Y la belleza misma es toda simpatía

Esta hora tampoco en sí se cumple

Ninguna hora está sola no hay plenitud cerrada
Tampoco esta preciosa hora

Quiere ser huérfana

También ella interroga su pasado

Quiere fundirse en un río de horas

Que viene de muy lejos y que arrastra su fuerza
No le basta ser ella

La verdad toda del ahora
No le basta reinar aquí — quisiera

Haber sido verdad toda mi vida.

En Siempre todavía, como en sus últimos libros, en los que la contemplación desaloja a la angustia y la sensorialidad es el motor de la reflexión, Tomás Segovia construye el poema como un diálogo jubiloso con la naturaleza humanizada en la que se proyecta la mirada afirmativa del poeta, sobre la flora o el viento insistente de la noche marítima, desde la Atalaya del verano:

El verano y el mar no han cesado un instante
De acometerse mutuamente

Absorto cada uno en sus propios embates

Y sordo a los del otro

Y han ido levantando entre los dos así

Una inmensa atalaya contra el tiempo

Construida a retumbos

Sostenida con ímpetus gigantes

Para que una marea de mansos chapoteos

La diluya al final obtusamente

Igual que los predestinados castillos en la arena.



Santos Domínguez

18/4/08

Fin de siglo en Palestina


Miguel-Anxo Murado.
Fin de siglo en Palestina.
Lengua de Trapo. Madrid, 2008.


Sí, había vivido allí, unos años atrás. Pero entonces el City Inn era algo muy distinto, no esta ruina a punto de caerse, esta anomalía en un paisaje lleno de ellas. También entonces había sido una metáfora y un símbolo, pero de otra cosa: de «Oslo», de la esperanza de paz. Pensé que no era extraño que el mismo edificio se hubiese convertido en metáfora de las dos cosas, de la paz y de la guerra. En Palestina ambas están tan enredadas que en el fondo han acabado por ser indistinguibles, como nudos en los cordones de los zapatos que no se pueden desatar. Puede que no sólo fuesen indistinguibles; quizá guerra y paz no eran sino la misma cosa con distinto nombre, las dos caras de una misma moneda. —¿Aquí? ¿Viviste aquí? Lourdes estaba asombrada. Aquel lugar, efectivamente, parecía ahora tan extraño como la cara oculta de la luna. Y entonces decidí recordar. Fue en ese momento cuando empecé a escribir este libro en mi cabeza. Es la nostalgia la que me ha hecho escribirlo, el simple deseo de no olvidar. Trata de los años finales de lo que se llamó la paz y no lo era, y de lo que luego se llamó la guerra y quizá no lo era tampoco. Trata de lugares, de algunas personas, de algunas cosas que no quería borrar tan pronto de la memoria. Habla sin duda de Palestina y de Israel, y del conflicto entre ambos; pero también del sabor de la menta en el té caliente, de los paisajes y los escombros de Cisjordania, de los sonidos y los ruidos. Algunos amigos me dicen que este mundo ya no existe, que ha cambiado en los últimos años. Razón de más para escribir sobre él. Empiezo, pues, por el principio...

Entre el diario de viaje, la crónica periodística y el retablo narrativo, Miguel-Anxo Murado, enviado en 1998 por las Naciones Unidas para colaborar con la Autoridad Palestina, ofrece en Fin de siglo en Palestina, que publica Lengua de Trapo en su colección Desórdenes, un vivo relato descriptivo de la situación que conoció en aquella tierra antigua, a la vez santa y maldita, elegida como cuna de religiones y víctima de todas las plagas bíblicas, lugar sagrado e infierno cotidiano.

Un ejercicio de memoria, de análisis lúcido y de denuncia moral escrito por Miguel-Anxo Murado, que estuvo cinco años allí, fue jefe de comunicación de Belén 2000, participó en la organización de la visita de Juan Pablo II a Tierra Santa y fue testigo de la expectación de los acuerdos de Oslo y la segunda intifada, de una burocracia caótica, de episodios grotescos como la visita de Demis Roussos, que exigía trato protocolario de figura internacional en un Belén en ruinas o desituaciones trágicas como los bombardeos de población civil.

Narrada con mucha soltura y un estilo vivo, directo e irónico, sus capítulos abordan - a veces con distancia, a veces con indignación- las distintas estrategias de supervivencia en aquellos territorios desolados. Y lo hacen con una mezcla de compromiso y de precisión, de escepticismo y de rabia, tomando partido y dando voz a los que no la tienen y asumiendo el deber ético de contar lo que ha visto, al dictado moral de la memoria.


Luis E. Aldave

17/4/08

Fragmentos presocráticos


Fragmentos presocráticos.
De Tales a Demócrito.

Introducción, traducción y notas de
Alberto Bernabé.
Alianza Editorial. Madrid, 2008.

Tal vez porque el mundo estaba por descubrir y había que recurrir a la imagen intuitiva, a la conjetura y a la mirada religiosa o mítica más que a la interpretación científica del mundo y del hombre, los presocráticos desarrollaron su pensamiento con una actitud verbal exploratoria más propia de la poesía que de la filosofía que vino después.

No se trata solamente de que esos destellos interpretativos eligieran el verso como forma de expresión. Se trata de algo más profundo que une a través de la imagen a las cosmogonías con las cosmologías y a los líricos arcaicos con aquellos presocráticos de nombres esdrújulos que se llamaban Jenófanes, Heráclito, Diógenes, Parménides, Anaxímenes, Empédocles, Pitágoras, Demócrito o Anaxágoras.

Quizá en ningún otro momento la palabra haya tenido una importancia tan decisiva como herramienta de conocimiento. En dísticos o trímetros yámbicos, estos fragmentos expresan en Parménides el pensamiento revelado procedente de la inspiración, buscan deliberadamente en Heráclito la ambigüedad expresiva o manifiestan la influencia de la tradición homérica en Empédocles en su indagación de la naturaleza, desprecian la charlatanería con aquel Demócrito que fue de los primeros en decir que el hombre es un mundo en miniatura y se dedicó más a la ética que a la interpretación del universo.

Se conservan sólo en textos fragmentarios citados en fuentes secundarias que los recuerdan porque no habían sido pensados para la lectura, sino para la memoria y la recitación.

El respeto de su calidad literaria en la traducción de Alberto Bernabé para Alianza Editorial es uno de los valores añadidos a su selección textual y a sus introducciones sobre cada autor.

Santos Domínguez

15/4/08

Narciso Fin de Siglo


Manuel Segade.
Narciso Fin de Siglo.
Melusina. Barcelona, 2008.


El tema del Fin de Siglo es el de la voluntad de ser empecinada en este espacio del ya no. El dibujante decadente Aubrey Beardsley dijo en un banquete, después de atraer la atención general golpeando su copa con un cubierto: «Quiero hablar de un tema interesante: de mí mismo». Stéphane Mallarmé le explicaba en una carta a su amigo Aubanel: «Acabo de gestar el plan para toda mi obra, después de haber hallado la clave de mí mismo». Odilon Redon tituló su diario: À soi-même: journal (1867-1915). Hugo Von Hofmannsthal, en la Carta de Lord Chandos, pone en boca de su alter ego el deseo de escribir una obra inmensa en la que hablar de los mitos con el don de lenguas: «La obra entera se titularía Nosce te ipsum», el «conócete a ti mismo» del mandato délfico. Los creadores del Fin de Siglo asumieron la autoconciencia como requisito previo al acto creador. Todos se miraron dentro, como Narciso contemplaba su reflejo sobre la superficie del agua.

Las palabras son de Manuel Segade y pertenecen a su Narciso Fin de Siglo, que publica Melusina. Un ensayo de historia de la cultura que recorre con rigor y en profundidad la crisis finisecular en la que está la génesis del pensamiento posmoderno.

La literatura, el arte, la filosofía o el teatro fueron algunos de los campos en los que se manifestó esa crisis que cambiaría la cultura contemporánea; Walter Benjamin, Strindberg o Baudelaire son los nombres de sus mejores representantes y en París estuvo el epicentro de aquel profundo terremoto que – como todos los procesos culturales- afectó también a la vida cotidiana, desde la percepción de la autoconciencia en los diarios íntimos a la decoración o las modas indumentarias pasando por la sexualidad, lo esotérico o el consumo de estupefacientes.

La crisis de la razón objetiva y del método naturalista dejó la puerta abierta a un subjetivismo crítico que coincidía con una crisis de la conciencia del sujeto, cada vez más opaco. El irracionalismo, la ensoñación evasiva, la mirada ensimismada en el espejo, el sensorialismo y el yo exhibicionista de este segundo romanticismo son algunas de las actitudes cuyos antecedentes se rastrean en la tradición previa del movimiento romántico. Y sobre todo, aportan claves fundamentales para entender el presente, porque aquel fin de siglo es una parte esencial del discurso de la modernidad.

Entre un Baudelaire que revitalizó el Romanticismo y un Mallarmé que entendió la literatura como instrumento para una explicación órfica del mundo, el espacio cultural donde se produce esa explosión de subjetividad problemática contiene figuras como la de Sarah Bernhardt, Wilde o Alfred Jarry, los dibujos de Aubrey Beardsley o el diario de André Gide, que convierte al personaje mitológico de Narciso y su mirada en el agua en una metáfora del artista.

Subrayadas con un interesantísimo material gráfico que resume aquella sensibilidad, las páginas de este Narciso Fin de Siglo completan un excelente panorama de la cultura finisecular. En ese panorama, descrito con vigor y lucidez por Manuel Segade, los árboles dejan ver el bosque de aquella crisis que presagiaba ya el irracionalismo de entreguerras y los procesos de la posmodernidad.

Santos Domínguez

14/4/08

Ganas de hablar


Eduardo Mendicutti.
Ganas de hablar.
Tusquets. Barcelona, 2008.

En La Algaida, el pueblo gaditano de solera señorial tras el que apenas se disimula el Sanlúcar de Barrameda de la juventud del autor, el lugar en que se ambientaba El palomo cojo, Eduardo Mendicutti sitúa su última novela, Ganas de hablar, que publica Tusquets.

Cigala, el protagonista-narrador, es un mariquita de pueblo que a sus 76 años construye un vivísimo monólogo interior, una serie de soliloquios en los que habla incesantemente: con su hermana Antonia, su interlocutora imposible, inválida y senil; con la Fallon, el travesti que la cuida; con Pelayo, un cura moderno y tolerante; con el niño de la Batea, y sobre todo consigo mismo y con su pasado. El lenguaje se convierte de esa manera en un instrumento de supervivencia, en un refugio y en un ajuste de cuentas con el pasado y la realidad, con las persistencias de la agresividad homófoba, con la corrupción urbanística, con los inmigrantes y las pateras.

El factor desencadenante de esos monólogos es que el ayuntamiento de La Algaida quiere dar el nombre de Cigala, que lleva sesenta años años haciendo la manicura a lo mejor de la ciudad, a una calle. Rompiendo todo protocolo, le permiten elegir calle y Cigala se pide la calle Silencio:

Yo sé lo que quiero decir, no es lo mismo rajar un poco sin ton ni son, rajar porque a veces no hay otra manera de seguir adelante, de mantener el tipo, una cosa es eso y otra, hablar de verdad. Por eso he pedido la calle Silencio, ¿sabes? Por eso se me ha puesto en el pestiño que me la den, aunque Purita Mansero entre en alferecía crónica. Por eso. Para llenarla ahora de todo lo que no me han dejado decir, o de todo lo que no me he dado maña para decir. Por eso la elegí.

Esa es la raíz del escándalo, porque es la calle por la que procesiona los Miércoles Santos la Cofradía del Cristo del Silencio. El mariquita extrovertido y lenguaraz quiere ser una alternativa al silencio y a muchos años de disimulos y ocultaciones y se convierte en portavoz de otras víctimas de la historia que también han tenido que callar. Con su voz se expresan otras víctimas de un silencio impuesto que los condena a la marginalidad. De esa manera, Cigala hace en sus soliloquios una denuncia de la hipocresía y el clasismo de una sociedad en la que siempre ha habido homosexuales como él, aunque disfrazados de machirulos de catálogo, de señores de misa diaria, de eminencias reverendísimas, de respetadísimos padres de familia numerosa.

Ganas de hablar tiene en La vida perra de Juanita Narboni, de Ángel Vázquez, y en Legionaria y Las mil noches de Hortensia Romero, de Fernando Quiñones, dos modelos de novelas levantadas sobre monólogos de nivel coloquial. Como en esas referencias magistrales, aquí también la palabra acaba convirtiéndose en protagonista de la novela y en el principal soporte de la historia.

La novela avanza con la fluidez de la lengua conversacional, captada por el buen oído de un Mendicutti que, como esos referentes cercanos que acabo de citar, reivindica la dignidad literaria y la expresividad del andaluz del coloquio, tan real y vivo como diferente del andaluz impostado y falso de los Quintero o de Pemán.

Como Juanita Narboni, como Hortensia Romero, el personaje es su estilo, está hecho de dentro hacia fuera como una creación que se individualiza y se perfila en su manera de vivir en el lenguaje, en la conversación o en el monólogo.

Eduardo Mendicutti reúne como en otras novelas suyas, humor y hondura, tragedia y comedia en el protagonista que practica en su hablar incesante una variante del silencio, otra forma más de esconder la realidad detrás de las palabras, hablando como una muda, como se ve a veces el propio Cigala:

Miles de veces, cuando me lío como ahora a hablar para mis adentros, se me ocurre que a lo mejor, de verdad, me he pasado la vida hablando como una muda, y yo me entiendo.

Con esa coexistencia de lo cómico y lo trágico, del calvario y la pascua florida, la novela se va ensombreciendo a medida que avanza. Y entonces se entiende que el título, Ganas de hablar, es además de un desquite, un desahogo contra ese silencio que se come el aire y sabe a sangre.

Pero es una expansión amarga, el monólogo de un ser solo, un soliloquio que no tiene repercusiones en la realidad y se reduce a esos desahogos verbales que son sólo eso: las ganas de hablar de Cigala, con las que Eduardo Mendicutti ha construido una de sus mejores novelas.

Santos Domínguez

12/4/08

Pulir huesos


Pulir huesos.
Veintitrés poetas latinoamericanos.

(1950-1965)
Selección y prólogo de Eduardo Milán.
Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2007.


1950 es un año clave en la poesía latinoamericana. En esa fecha, la publicación de los Poemas y antipoemas de Nicanor Parra marca una línea de separación, un antes y un después en su desarrollo. La segunda mitad del siglo XX está marcada en ese continente poético por la influencia transgresora de la antipoesía y el concretismo.

En Pulir huesos, la amplia antología que publica Galaxia Gutenberg/ Círculo de Lectores, el poeta y crítico uruguayo Eduardo Milán ha hecho una selección de veintitrés poetas latinoamericanos nacidos entre 1950 y 1965. Una selección que huye por igual de las simplificaciones reduccionistas y de los prejuicios sectarios y hace una propuesta personal que refleja la diversidad de tendencias estilísticas, la poesía radical en su ímpetu visionario o en la fuerza de su materia coloquial que estos autores empezaron a publicar a finales de los 70.

Tarea arriesgada y compleja porque explora un territorio literario muy extenso y heterogéneo, en el que hay dos rasgos unitarios: el criterio cronológico y la pertenencia a una tradición común fundada por Darío, una tradición que se decanta en las vanguardias con Vallejo, Huidobro, Neruda y Lezama para ascender a esas dos cimas que se llaman Nicanor Parra y Octavio Paz, de quien toma título esta antología ( Hablar/mientras otros trabajan/es pulir huesos).

Eduardo Milán ha recogido un muestrario poético de autores latinoamericanos unidos por la calidad con la que resuelven el conflicto radical entre lenguaje y mundo. Una radicalidad que afecta a la forma y al fondo, que además de estética es ética, porque como explicó Wittgenstein lo ético es arremeter contra los límites del lenguaje.

El prólogo que ha escrito para Pulir huesos va más allá de la presentación de los autores o la justificación del seleccionador. Es la declaración explícita de una apuesta por la variación, la introducción a una summa de textos que completan un mapa poético o el verdadero rostro de la poesía latinoamericana actual, con nombres y libros poco conocidos en España, pero que en todo caso reflejan un cambio de modelos y referencias literarias.

Lo ha explicado el propio Eduardo Milán:

Si uno se atreve a mirar el denso, tupido, no tan simpático rostro real de América Latina, puede encontrar –creciente, no precisamente intacto, tocado, para ser preciso– su rostro poético. De ese desafío, un botón de muestra, amplia y a la vez (dis)cernida, de su veracidad.

Ese rostro veraz une en una imagen compleja del presente talento y novedad, variedad técnica y temática, barroquismo y vanguardia, meditación y coloquio, ambición cosmológica y combatividad política.

La poesía fuera de lugar y del tiempo de Paulo de Jolly, el coloquialismo estricto de Roberto Appratto, Mario Arteca y Fabián Casas, la meditación visionaria de Jorge Fernández Granados, la resonancia de la vanguardia en Enrique Bacci y Hebert Benítez Pezzolano, la épica crítica de Diego Maquieira, las emergencias de lo órfico en Roger Santiváñez, la mezcla de delirio y realidad en Maurizio Medo, lo neobarroco en Laura Solórzano, el accionar poético de la lectura en la escritura de Reynaldo Jiménez, la insularidad de la poesía de Rolando Sánchez Mejías, la aventura exploratoria de la palabra en Mario Montalbetti o la vocación contemplativa de Magdalena Chocano, la batalla por la forma en Julio Eutiquio Sarabia que es construcción barroca en Roberto Rico, el dolorido sentir cósmico y temporal de Josu Landa, el encuentro de la intimidad y el mundo exterior en Edgardo Dobry, la experiencia doble de vida y lectura en Tedi López Mills, Silvia Eugenia Castillero y su exploración de los límites, la conversación transcendente y el tono religioso de Francisco Magaña, la poesía como alternativa al caos en Eduardo Hurtado...

Todo eso cabe en esta magnífica antología, generosa en páginas y abierta a la convivencia de distintas direcciones poéticas que dan cuenta de la vitalidad literaria de Latinoamérica.


Santos Domínguez

11/4/08

El infinito viajar


Claudio Magris.
El infinito viajar.
Traducción de Pilar García Colmenarejo.
Anagrama. Barcelona, 2008.


Veinte años después de que se publicara la traducción española de El Danubio, Claudio Magris reúne en El infinito viajar casi cuarenta crónicas de viaje que publicó en el Corriere della Sera entre 1981 y 2004.

Organizadas en libro según un criterio espacial y no cronológico, las edita Anagrama con traducción de Pilar García Colmenarejo y precedidas de un prefacio de 2005 en el que Magris elabora un lúcido ensayo sobre la materia y la forma de la literatura viajera, una teoría del viaje como forma de aprender a no ser nadie.

Y de la misma manera que el viaje es una travesía de fronteras físicas, políticas o culturales, el texto que refleja esa experiencia itinerante disuelve otras fronteras: las que separan los géneros literarios, de manera que relato, ensayo y libro de viajes se funden en una nueva forma mestiza en la que se suceden la descripción del itinerario y la reflexión moral, la digresión, la parada o el desvío que busca el centro del viajero.

Un viajero que huye en un infinito viajar hacia adelante. Y es que Magris contrapone el viaje clásico y circular de los héroes homéricos o de Don Quijote, que tienen como meta el regreso, al viaje nietzscheano, rectilíneo y siempre hacia adelante, como el viaje infinito de los personajes de Musil, un camino sin retorno hacia el descubrimiento de que no hay, no puede ni debe haber un retorno. Un antiguo viajero árabe, Abul Qasim, lo dejó escrito hace muchos siglos: El viaje verdadero consiste en no volver.

Se trata de dos modalidades existenciales del que viaja: el que lo hace consigo mismo y su pasado y el que en su viaje hacia adelante se desprende de su historia y su identidad.

Literatura y viaje, pues, pero también geografía e historia, espacio y tiempo, porque -como explica Magris- el libro de viajes practica una arqueología del paisaje. Desde España hasta Irán, China o Vietnam, desde los apuntes del camino de Don Quijote (Argamasilla, El Toboso, Villanueva de los Infantes) a las habitaciones de San Petersburgo en las que Dostoievski escribió Crimen y castigo, la mirada de Magris retiene el Madrid de los Austrias y un Spoon River de personajes santanderinos pintorescos, ocupa los pupitres ingleses como discípulo de un curso intensivo, recuerda la literatura del archipiélago de las Scilly y evoca una primavera en Istria o unos autómatas musicales en Zagreb.

Literatura y viaje organizados por una mirada tan profunda como la que se puede esperar del autor de El Danubio, un viajero que camina hacia adelante y mira hacia dentro del paisaje y de sí mismo para conocerse:

A veces es como si el viajero resurgiera del agujero negro de su personalidad y se quedase casi sorprendido de la dirección en la que le llevan sus pasos, revelándole patrias del corazón antes desconocidas para él. Le voyage, dijo un loco parisino, pour connaître ma géographie.

Santos Domínguez

10/4/08

Antología rota de León Felipe


León Felipe.
Antología rota.
Edición de Miguel Galindo.
Cátedra Letras Hispánicas. Madrid, 2008.



Distante por igual, no equidistante, del Modernismo y las vanguardias, León Felipe (1884-1968) tuvo mucho de francotirador en su vida y en su obra.

Antes de convertirse en español del éxodo y el llanto, en uno de los símbolos de la España peregrina, desorientó a críticos como Luis Cernuda, que apreciaba su poesía y lo situó, junto con Moreno Villa y Gómez de la Serna –tan diferentes- en un momento de transición no se sabe muy bien hacia qué ni desde dónde.

La tragedia del poeta zamorano – escribe Miguel Galindo en su espléndida introducción- fue vivir como Jonás dos mundos: el de las aguas amargas del exilio y el dulce reposo del orden instituido; la cárcel y la restitución de su honor; la farmacia y la poesía; España y América.

Ese desgarro existencial de León Felipe es también uno de los ejes esenciales de su Antología rota, que apareció en Buenos Aires en 1947 y se recupera en esta edición de Cátedra Letras Hispánicas con las adiciones de 1957 (la sección Nuevos poemas) y de 1974, en que se tituló ya Nueva antología rota.

La Antología rota se publicó en Pleamar en la colección Mirto que dirigía Alberti y llevaba un epílogo de Guillermo de Torre que se reproduce también en esta edición anotada. En ese texto (Itinerario poético-vital de León Felipe), De Torre destacaba como clave del autor la equivalencia, enraizada en Whitman, entre biografía, poesía y destino.

Notario de la realidad y profeta visionario, poeta áspero y emocionado, afincado en la materia terrosa del camino y con voluntad prometeica, errante y solitario, entre el canto y la blasfemia, entre la desolación y la esperanza, de oralidad y cercanía, de tono destemplado o amargo:

Yo no puedo tener un verso dulce
que anestesie el llanto de los niños
y mueva suavemente las hamacas como una brisa esclava.
Porque yo no he venido aquí a hacer dormir a nadie.

A la infrecuente mezcla de farmacia y poesía, León Felipe sumó la determinación de un camino propio, con idas y venidas, atajos y rodeos en sus peregrinaciones por territorios temáticos y tendencias estilísticas.

Felipe, claridad, y León, fuerte, decía Aleixandre de este poeta severo y esta poesía desdeñosa del adorno.

Como en Whitman, quien pasa las páginas de este libro toca a un hombre, porque en León Felipe es crucial la identificación de la poesía con el hombre y la dialéctica poética del mundo, interpretado en una clave simbólica, la del gusano transformado en mariposa:

Éste es el milagro, el brinco prodigioso que a mí me ha sostenido sobre la tierra..., esto es lo que más me ha maravillado de todo cuanto he visto en el mundo... Éste es el asombro mayor que ha presenciado mi consciencia... Y yo digo que un gusano transformado en mariposa es mucho más asombroso que la rotación matemática y musical de las esferas siderales. Todo el mundo se mueve con un rodar de noria dentro de un circulo cerrado... la serpiente se chupa el caramelo de la cola... la Tierra rueda y se repite... la historia es siempre "el dulce y egoísta cuento de la rosquilla"... Todo marcha y vuelve en una dialéctica cerrada y fatal... Pero el gusano tiene una dialéctica poética... el gusano se convierte en mariposa.

Cuando preparó esta Antología rota, que llevaba unas ilustraciones que desaparecieron en la edición de Losada de 1957 y se recuperan ahora en el mismo lugar del original, León Felipe miraba más hacia el futuro que hacia el pasado, buscaba la luz desde las tinieblas, con la esperanza de que ganaría la luz, aunque sabía que cada poema es un testamento:

Un poema es un testamento sin compromisos con nadie y donde no hay disputas ni con el canónigo ni con el regidor. Donde no hay política. A la hora de la muerte, no hay política. Ni polémica tampoco. Polémica, ¿contra quién? Como no sea contra Dios... Porque delante del poeta no están más que el misterio, la Tragedia y Dios. Detrás quedan los obispos y los comisarios. Y para tener polémica con ellos tendrían que dar un paso hacia adelante y tirar la mitra y los galones. El poeta va descubierto y sin adjetivos. Es el hombre desnudo que habla y pregunta en la montaña, sin que le espere ya nadie en la ciudad. Habla siempre dentro del círculo de la muerte y lo que dice, lo dice como si fuese la última palabra que tuviera que pronunciar. La muerte está tumbada a sus pies cuando escribe, esperando a que concluya. Y cuando ya no tenga nada que decir, nada que confesar, la muerte se pondrá de pie y le dirá, cogiéndole del brazo: ¡Vámonos!


Santos Domínguez

9/4/08

El Viaje a Rusia de Joseph Roth




Joseph Roth.
Viaje a Rusia.
Traducción de Pedro Madrigal.
Edición y posfacio de Klaus Westermann.
Minúscula. Barcelona, 2008.



Es una suerte que haya emprendido este viaje, de otra forma no me habría conocido jamás, escribía Joseph Roth en una carta a su amigo Brentano a propósito del viaje que hizo a Rusia en los últimos meses de 1926 para llevar a cabo una serie de reportajes por encargo del Frankfurter Zeitung.

Del relato de esa experiencia proceden las dieciocho crónicas que integran este Viaje a Rusia que publica Minúscula en su colección Paisajes narrados con traducción de Pedro Madrigal y postfacio de Klaus Westermann.

El primer reportaje – Los emigrados zaristas- lo publicó el 14 de septiembre; el último, más largo, sobre la escuela y la juventud, apareció el 18 y el 19 de enero de 1927.

Como Gide, Benjamin, Grosz o Zweig, Roth fue uno de los muchos intelectuales y artistas que peregrinaron a aquella meca de la revolución en los años 20 y 30. Llegó allí arrastrando una crisis personal y se encontró una Rusia posrevolucionaria, agitada por las luchas entre facciones, con un decidido empuje cultural y educativo y un importante desarrollo económico.

La situación de los judíos en la Rusia soviética, la nueva moral sexual y el papel de la mujer, la opinión pública, la literatura o la educación son algunos de los temas que aparecen sometidos al análisis de un Roth cada vez más desencantado que mostraba su preocupación desorientada cuando anotaba en su diario:

¿Qué es lo que vendrá? ¿Hacia dónde vamos nosotros mismos?¿Es aún posible el marxismo? ¿Es América el futuro? ¿Es todavía necesaria y concebible una revolución?


Además de las crónicas, el volumen recoge una conferencia de Roth, Sobre el aburguesamiento de la revolución rusa, y unos apuntes, cada vez más telegráficos, del diario de su viaje a Rusia. En una de aquellas anotaciones, escrita el 10 de diciembre en Kiev, se lee:

Si escribiera un libro sobre Rusia, este tendría que describir una revolución ya apagada, una llama que se consume, restos de brasas y mucho fuego artificial.

Fue saludado a su llegada como un escritor revolucionario, amigo de la nueva Rusia, y despedido como enemigo burgués de los soviets. El contraste es paralelo al que se produjo en el mismo Roth, que pasó en pocas semanas de la euforia a la decepción. A Walter Benjamin le confesó que había llegado a Rusia como un bolchevique convencido y que se iba de allí como un monárquico.

Estas crónicas del viaje a Rusia de Joseph Roth son, como el relato de otros viajes, la descripción del viajero, la crónica de su viaje ideológico y de su desengaño.


Santos Domínguez

7/4/08

París, Zola


Émile Zola.
París.
Introducción de Juan Bravo Castillo.
Traducción de Julio Gómez de la Serna.
Cabaret Voltaire. Barcelona, 2008.

París es un estudio humano y social de la gran ciudad. En el marco dramático de una conmovedora historia de ayer y de hoy, se agitan la inmensa muchedumbre, los dichosos y los hambrientos, todos los mundos: el mundo del trabajo manual, el mundo del trabajo intelectual, el mundo de la política, el mundo de las finanzas, el mundo de los ociosos y del placer. Todo ello en un París, centro de los pueblos, ciudad civilizadora, iniciadora y liberadora.

En esos términos resumía Émile Zola, en un anuncio promocional, una de sus últimas novelas, París, que cerraba en 1898 la serie Las tres ciudades. Las otras eran Lourdes y Roma y el hilo conductor que conecta la trilogía y los distintos ambientes y espacios urbanos es la figura del abate Pierre Froment, uno de los más acabados caracteres de la novelística de Zola.

París apareció, primero por entregas, luego en un volumen, en un momento crucial de la historia social, política y cultural de Europa y el abate Froment es un reflejo de las contradicciones de aquel fin de siglo en crisis de creencias, de políticos corruptos y convulsiones sociales.

Aunque técnicamente responde a las características del Naturalismo, por su voluntad totalizadora, su preferencia por el mosaico colectivo o el ímpetu documental sobre la realidad inmediata, Zola ha abandonado a estas alturas el pesimismo naturalista y descartado la caridad cristiana y la rabia anarquista para convertirse en un apóstol de la utopía socialista y defender la justicia social a través de esta trilogía esperanzada, reivindicativa y contemporánea de su Yo acuso sobre el affaire Dreyfus.

Esa voluntad de reflejar la totalidad de lo real da lugar a una visión del París finisecular como un lugar de enormes contrastes, en donde coexisten la miseria de los bajos fondos y el lujo de los salones aristocráticos o los ambientes selectos del placer y el consumo:

Aquella mañana, hacia finales de enero, el abate Pierre Froment, que tenía que decir una misa en el Sacré-Coeur, de Montmartre, se hallaba desde las ocho en la Butte, frente a la basílica. Y antes de entrar contempló un instante París, cuyo inmenso océano se extendía a sus pies. Después de dos meses de un frío terrible, de nieves y heladas, la ciudad aparecía anegada en un deshielo triste y tembloroso. Del vasto firmamento color de plomo caía la tristeza de una espesa niebla. Toda la parte este de la ciudad, los barrios de miseria y de trabajo, parecían sumergidos en rojizas humaredas, en las que se adivinaba el hálito de los talleres y las fábricas, mientras que hacia el oeste, hacia los barrios de riqueza y bienestar, la abrumadora niebla se aclaraba y no era ya más que un velo de vapor fino e inmóvil. Se adivinaba apenas la línea curva del horizonte; el campo ilimitado de las casas aparecía como un caos de piedras, sembrado de charcas, que llenaban los huecos de un vaho descolorido, y sobre las que se destacaban las crestas de los edificios y de las calles altas, de un negro de hollín. Un París de misterio, velado por nubarrones, como sepultado en las cenizas de alguna catástrofe, medio enterrado ya en el sufrimiento y en la vergüenza de lo que su inmensidad ocultaba.

(...)

Había terminado la dura jornada, el París del placer se iluminaba, empezaba la noche de fiesta. Los cafés, los restaurantes, los bares, centelleaban, mostraban detrás de las lunas sus mostradores de metal claro, sus mesitas blancas, la tentación de las bellas frutas y de las cestas de ostras, en sus puertas. Y aquel París que se despertaba así, con los primeros faroles de gas, estaba sobrecogido ya por una alegría de goce, cediendo al apetito desencadenado de todo lo que se compra.

Una ciudad de luces y sombras en donde conviven en el terreno individual la solidaridad y el egoísmo, la crueldad y el idealismo como el del abate Froment, que al lector español le parecerá, además de un personaje admirable, un antecedente del San Manuel Bueno unamuniano, una figura que a la vista de las siguientes líneas quizá le deba más a Zola que a Kierkegaard:

Sacerdote sin creencias, velando por las creencias de los demás, sirviendo casta y honradamente su profesión, con la tristeza altiva de no haber podido renunciar a su inteligencia como había renunciado a su carne de enamorado y a su ensueño de salvador de los pueblos, permanecía al menos en pie, con una grandeza solitaria y arisca. Y aquel negador desesperado, que había tocado el fondo de la nada, conservaba una actitud tan elevada y tan grave, aromada de una bondad tan pura, que en su parroquia de Neuilly tenía fama de ser un santo amado de Dios, cuyas oraciones conseguían milagros. Era el modelo; sólo tenía el gesto del sacerdote, sin el alma inmortal, como un sepulcro vacío en el que no quedase ni siquiera la ceniza de la esperanza; y mujeres dolorosas, parisienses que derramaban lágrimas, lo adoraban, besaban su sotana; y una madre torturada, que tenía a su hijo en la cuna en peligro de muerte, suplicaba que pidiese su curación a Jesús, segura de que Jesús se la concedería, en aquel santuario de Montmartre, donde llameaba el prodigio de su corazón encendido de amor.

La primera traducción fiable al español (hubo otra anterior que dejaba mucho que desear), que es la que recupera ahora Cabaret Voltaire, con una introducción de Juan Bravo Castillo, apareció en 1933 en la vieja colección de Clásicos Aguilar, firmada por Julio Gómez de la Serna. Una traducción espléndida que, excepto en una reedición mutilada de 1975, no se había vuelto a poner al alcance de los lectores, de modo que la versión íntegra de este París tiene tanto de recuperación de la novela como de rehabilitación de la traducción.

En todo caso, una labor imprescindible esta de recuperar una novela que representa una clara inflexión en el tono de Zola, que cierra la novela con esta otra visión, final y tan distinta, de París por parte del protagonista:

Pierre se quedó muy impresionado y le vino nuevamente a la memoria la idea de la cuba gigantesca, abierta, de una a otra punta del horizonte, donde iba a nacer el siglo futuro, de la extraordinaria mezcla de lo bueno y de lo malo. Pero ahora, por encima de las pasiones, de los vicios, de las ambiciones, de los residuos, veía el colosal trabajo realizado, el heroico esfuerzo manual, en el fondo de los talleres y de las fábricas, el glorioso recogimiento de la juventud intelectual, que él sabía en plena labor, estudiando en silencio sin perder ninguna conquista de sus antecesores, deseando ampliar su dominio. Y era la exaltación de París, todo el porvenir que se elaboraba en su enormidad y que se difundiría en un resplandor de amanecer. Si el pueblo antiguo había tenido Roma, ahora agonizante, París reinaba soberanamente sobre los tiempos modernos; era actualmente el centro de los pueblos, en ese movimiento continuo que los lleva de civilización en civilización, con el sol, de oriente a occidente. Era el cerebro; todo un pasado de grandezas le había preparado para ser entre las ciudades la iniciadora, la civilizadora y la libertadora. Ayer lanzaba a las otras naciones el grito de libertad; mañana las aportaría la religión de la ciencia, la justicia, la nueva fe esperada por las democracias. Era también la bondad, la alegría y la dulzura, el ansia de saberlo todo y la generosidad de darlo todo. En París, entre los obreros de sus barrios, los aldeanos de sus campos, había recursos infinitos, reservas de hombres, de las que el porvenir podría disponer inagotablemente. Y el siglo acababa en él y empezaría otro que se desarrollaría por él, y todo el rumor de su prodigiosa labor, todo su resplandor de faro dominando la tierra, todo cuanto salía de sus entrañas entre truenos, borrascas, claridades triunfales, no brillaría sino con la luz final de la que estaría hecha la felicidad humana.

Y en contraste con la niebla y el frío del principio, esta explosión de luz de un París luminoso, sobre el que cae

el sol oblicuo inundando la inmensidad de París con un polvillo de oro. Pero, esta vez, no era ya la siembra, el caos de techumbres y monumentos como una oscura tierra de labor roturada por algún arado gigantesco, y el divino sol, arrojando a puñados sus rayos, semejantes a granos de oro, cuyo vuelo caía desde todas partes. Y tampoco era ya la ciudad con sus barrios diferentes, al Este los barrios trabajadores, nublados de grises humaredas; al Sur los barrios estudiosos, de una serenidad lejana; al Oeste los barrios ricos, amplios y claros, y en el centro los del comercio, con sus calles sombrías. Parecía que un mismo impulso vital, que una misma primavera había cubierto la ciudad entera, armonizándola, convirtiéndola en un mismo campo sin límites, rebosante de la misma fecundidad. Trigo, trigo por todas partes, todo un infinito de trigo cuya oleada de oro se movía de un extremo a otro del horizonte y el sol oblicuo bañaba así París entero, con idéntico esplendor. Y era realmente la cosecha después de la siembra.
(...)
París flameaba, sembrado de luz por el divino sol, acarreando en su gloria la cosecha futura de verdad y de justicia.


Santos Domínguez